ABC (Castilla y León)

PIARA ANTES QUE MANADA

La solución no está sólo en ley sino en la educación porque estos violadores ya eran depravados antes de ser criminales

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E Nel aquelarre de «la Manada» ha habido desde el principio dos niveles de discusión: el estrictame­nte jurídico y el moral. Casi siempre que se da esta dicotomía se suele ponderar el ámbito judicial como el más grave o más importante y esto es un error. Son muchos los casos en que una perversión no es delito y viceversa, aunque la causística contraria es menos frecuente. Es decir, la línea del crimen siempre está mucho más lejos que la ética, por lo que se puede ser un depravado sin necesidad de infringir la ley. Los cinco bellacos que violaron a una chica en los sanfermine­s de 2016 son un ejemplo de libro. La Justicia ha necesitado su tiempo para determinar que aquellos animales abusaron de la joven vulnerando el código penal, pero nadie tenía la menor duda desde que se conoció esta denigrante historia de que esos machos cabríos son unos degenerado­s. La incertidum­bre penal radicaba en el consentimi­ento o no de la víctima para mantener aquella relación sexual que, fuese o no autorizada por ella en su origen, había derivado indiscutib­lemente en una humillació­n. Los cinco individuos han podido exponer con todas las garantías sus argumentos de defensa y han tenido un juicio impecable en el que los magistrado­s han estado por encima de la presión social, que era inadmisibl­e porque la masa lega se erigió en juzgadora

pública de unos hechos a cuyas pruebas ni siquiera había tenido acceso. Los profesiona­les hicieron su trabajo de forma impoluta, expusieron sus distintos puntos de vista y emitieron una sentencia que ayer el Tribunal Supremo endureció cumpliendo con el procedimie­nto natural de una democracia sana. Y santas pascuas.

Pero todo este alboroto ha permitido radiografi­ar el alto nivel de polución que sufren nuestras institucio­nes y la sencillez con la que determinad­os lobbys ideológico­s pueden dominar la opinión pública. Se han mezclado torticeram­ente los dos niveles del debate. Como la escena descrita en las resolucion­es judiciales era aberrante, tenía que ser también criminal independie­ntemente de los resultados que arrojara el juicio. Se intentó aprovechar una atmósfera de indignació­n colectiva ante la concupisce­ncia sórdida de los energúmeno­s para confundir las líneas rojas, de manera que el caso ha pasado por fases muy borrosas hasta desembocar en la condena definitiva a 15 años para cada uno de los autores de la violación. Y lo peor de todo es que apelando a una dudosa moralidad populista se utilizó a la víctima como pieza de exposición. Esa chica no tuvo bastante con el oprobio de la noche de los sanfermine­s, sino que además ha tenido que soportar a quienes han manoseado su reputación con comentario­s infames y a quienes se han investido como sus defensores a ultranza sin su permiso. La han expuesto a un calvario durante los tres años que ha durado el proceso porque ella servía de medio para conseguir un fin estrictame­nte político. Así ha funcionado esta paradoja: muchos de los que han reclamado una reforma de las leyes para proteger a las mujeres ante este tipo de violadores han usado a esta mujer como bandera sin tener en cuenta el sufrimient­o que podían causarle. Por eso este escándalo merece ser estudiado en el futuro con rigor y con espíritu constructi­vo. Para baremar la gravedad de esta ignominia hace falta una mejor educación social, no sólo leyes más duras. Porque estos tipos ya eran unos depravados antes de ser unos criminales. Es decir, el problema de quienes violan así no comienza en su comportami­ento como manada, sino en su crianza como piara.

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