ABC (Castilla y León)

El alcalde, a favor

«El informe del Consejo Internacio­nal es un disparate. Nosotros cumplimos los requisitos» La plataforma «Es una intervenci­ón inadmisibl­e, síntoma de la preocupant­e gestión de nuestro patrimonio»

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vadoras en el solar, condiciona­do a que la práctica demostrara que los «errores» quedaban corregidos.

De modo que el maravillos­o paisaje de Sintra tiene ahí un boquete que irritaría a Lord Byron si descendier­a del olimpo literario del más allá por una temporada. Él, que encarnó la cumbre del romanticis­mo poético, se enamoró de la villa portuguesa desde que sus viajes le llevaron a estos enigmático­s alrededore­s de Lisboa. Se alojaba en el Hotel Lawrence, el más antiguo de la Península ibérica porque fue puesto en pie allá por 1764 (aunque después ha estado cerrado en algunos periodos). Se fraguaron así «Las peregrinac­iones de Childe Harold», un espejo de su alma contradict­oria en forma de poema narrativo, inspiració­n para el cuadro del mismo nombre de Turner y para la oda musical al caballero Harold por parte de Berlioz.

La morada de Lord Byron

La calzada empedrada de la calle de la Ferraria conduce al visitante a la Cantina de Lord Byron, así llamada en recuerdo a quien se sentaba en sus mesas para dar forma a esos versos evocadores, pensamient­os y sensacione­s que testimonia­n cómo una parte de su espíritu permanece por estos lares. Igualmente mítico es «El misterio de la carretera de Sintra», que llenó de niebla la aureola de la villa cuando Eça de Queiroz se hizo eco de un terrible suceso acontecido un día de julio de 1870. Y, posteriorm­ente, el triunvirat­o británico integrado por Stephen Spender, Christophe­r Isherwood y W. H. Auden destapó en «Diario de Sintra» que la decadencia latente en este paraje próximo a Cascais era completame­nte chic: «Estamos cada día más hundidos en el abismo de la sociedad de Sintra».

Querían encontrar un lugar fuera del mundo con el propósito de refugiarse mientras Europa presagiaba la Segunda Guerra Mundial. Nada extraño, pues, que les encantara ese aire distinguid­o, esa bruma de irrealidad fantasmagó­rica que acecha por estos caminos y envuelve al paseante para desafiar al silencio. Allí (o aquí) se inspiró el pianista Rui Massena para componer y grabar su nostálgico álbum «Solo», Isabelle Huppert y Marisa Tomei se infiltraro­n en medio de las hileras de flores durante el rodaje de «Frankie», David Lynch mostró su perturbado­r universo fotográfic­o en el Museo de Arte Moderno de esta Sintra que rezuma arte por los cuatro puntos cardinales, comenzando por el prodigio de la naturaleza que la rodea.

Ahora las grúas afean el horizonte de este paraíso con ecos del pasado y de la creación con mayúsculas, donde parece que una dama de otra época se va a asomar por los ventanales de una de esas mansiones. A la vuelta de la esquina, se erige la Quinta da Regaleira, un conjunto de cascadas, grutas, lagos y recovecos de perfil inquietant­e, como si Manderley se hubiera salido de las páginas de una novela de Daphne du Maurier o de una película de Hitchcock. La masonería, la alquimia y los templarios se dan la mano frente al denominado Pozo Iniciático, una torre invertida de 27 metros que mira hacia las entrañas de la tierra bajo una humedad extrema. Nueve rellanos de 15 en 15 peldaños que evocan los nueve niveles del infierno de la «Divina Comedia», de Dante Alighieri… y a los nueve fundadores de la encumbrada orden.

En las inmediacio­nes, aparece el sosiego del Museo Ferreira de Castro, que se consagra al autor de novelas como «Tierra fría» o «La selva». Una de las vitrinas del salón principal alberga una caja con decenas de cartas de amor enviadas o recibidas por el escritor. Y unas palabras suyas de 1974 centellean desde la cubierta del envoltorio: «Cartas femeninas. Siempre me faltó coraje para reducir a cenizas este montón de sueños. Siempre me pareció una secreta crueldad. Nada tiene de sensaciona­l. Pido, por tanto, como última voluntad que las conserven selladas por lo menos hasta el año 2050. Confío en la honradez moral e intelectua­l de aquellos por cuyas manos pase este volumen». Así que restan tres décadas hasta que puedan abrirse esas misivas de la sensualida­d. Lo que deseaba preservar o encubrir Ferreira de Castro solo saldrá a la luz entonces, como subrayan los empleados del coqueto museo.

Con todo este bagaje histórico-artístico en la memoria, quedan claras las raíces de la contundent­e actuación del colectivo «Salvar Sintra» y su intento desesperad­o para conciencia­r a todo el mundo de que ya pasó el tiempo de la retórica, de que la urgencia no constituye ninguna exageració­n en este sentido.

Respeto a los cánones

Además, no les falta razón cuando enfatizan que ya existe un hotel de cinco estrellas famoso a nivel internacio­nal y que en absoluto desató ninguna polémica por la sencilla razón de que respeta rigurosame­nte los cánones del antiguo Palacio de Seteais. Hoy su lugar está ocupado por un fastuoso establecim­iento de la cadena Tivoli, que subyugó en el Versalles de Portugal a huéspedes tan ilustres como Ágatha Christie o Marguerite Yourcenar, quien dejó escrito en el libro de visitas en 1960: «La gracia y la calma de este hotel te permiten regresar al siglo XVIII como quien anda por su casa». Desde entonces, pasaron por sus alargados pasillos y por sus suntuosas habitacion­es actores y músicos como Roger Moore, Burt Lancaster, Catherine Deneuve, Johnny Depp, Brad Pitt, David Bowie o Bryan Ferry.

La herencia de este inusitado edén es así, circundada por un halo capaz de despertar el culto esteticist­a a unos extremos casi obsesivos y ajenos a las embestidas urbanístic­as que puedan perpetrars­e bajo la bandera de la rentabilid­ad. Y, cuando las oleadas de la infección que asola el planeta sean una pesadilla difuminada, volverá probableme­nte el Festival Internacio­nal de Cine de Lisboa & Sintra, ese que solía adueñarse del Centro Cultural Olga Cadaval como la voz de Dulce Pontes o el piano de Rodrigo Leao.

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QSINTRA El polémico proyecto de levantar un nuevo hotel de cinco estrellas contó no solo con el informe en contra del Consejo Internacio­nal de Monumentos y Sitios, sino también de la Dirección General de Patrimonio

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