Fallece George Shultz, el cerebro de la caída del Muro de Berlín
▶ Fue secretario de Estado entre 1982 y 1989 con Reagan, tras haber servido a Nixon
«Señor Gorbachov, derribe ese muro». Esa frase, pronunciada por Ronald Reagan en Berlín el 8 de junio de 1987 forma parte de los momentos más señeros de las postrimerías de la Guerra Fría y contribuyó notablemente a forjar la leyenda de Reagan como el presidente que aniquiló al comunismo.
Lo que apenas se sabe es que George Shultz, su secretario de Estado, el responsable de su diplomacia, intentó, hasta el último minuto, convencer al presidente de la inoportunidad de aquellas palabras.
Shultz llevaba todo el peso de las negociaciones sobre el desarme, había salido escaldado del fracaso de la cumbre de Reikiavik el año anterior y lo último que deseaba era incomodar a Mijail Gorbachov. Y también recelaba de los «halcones» de Washington, con tentáculos en la Casa Blanca y en el Capitolio pese a que había logrado apartar a alguno de ellos, como Brent Scowcroft. Su idea era clara: a Moscú se le arrincona a través del desarme.
Los temores de Shultz no se verificaron, por lo que prosiguió el camino que culminó en diciembre con la firma, en Washington, del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, el más amplio hasta la fecha. La prueba está –lo relata detalladamente James Mann en ‘The
Rebellion of Ronald Reagan’– en la tensa reunión celebrada en Moscú semanas antes, durante la última tanda de negociaciones. Gorbachov y Shultz empezaron a echarse en cara los reproches habituales entre ambos países.
Baste decir que la semana anterior, el liderazgo de Gorbachov había sido cuestionado por los duros de su régimen. Shultz lo sabía; por eso logró calmar al entonces Primer Secretario del PCUS y retomar las negociaciones.
Moscú, actor pasivo
El Tratado de Washington no precipita, por sí solo, la caída del Muro de Berlín, pero a partir de su firma, Moscú pierde la iniciativa y se convierte en actor pasivo. La estrategia de Shultz, paciencia combinada con firmeza sin perder de vista el objetivo último, había triunfado. Ya la había aplicado anteriormente en circunstancias harto distintas: durante el primer mandato de Richard Nixon, Shultz, en su condición de asesor aúlico, debía aplicar el mandato de la Corte Suprema para alcanzar la igualdad racial. Empezó creando unos comités ad hoc en los Estados concernidos; cuando se estancaban las negociaciones, les encerraba en un salón de la Casa Blanca.
Hasta que entraba Nixon y la situación se reconducía. Un buen uso de la zanahoria hacía innecesario sacar el palo. Este conocimiento de los hombres y de la política hizo que Shultz, un profesor de Universidad formado en el Instituto de Tecnología de Massachussets, haya sido uno de los pocos en ocupar tres estratégicas carteras ministeriales (Trabajo y Tesoro con Nixon; Estado con Reagan) bajo dos presidencias. No fue por casualidad.