Chicho redivivo
Narciso Ibáñez Serrador desarrolló una actividad frenética a lo largo de su vida en defensa y apoyo de la cultura popular, esa que a algunos nos encandila y nos provoca caballo entre Uruguay, Argentina y España, Narciso Ibáñez Serrador (1935-2019) desarrolló una actividad frenética a lo largo de su vida en defensa y apoyo de la cultura popular, esa que a algunos nos encandila y nos provoca, sin que por ello tengamos que renunciar a la otra cultura, la ‘grande’, la de Shakespeare, Montaigne, Virgilio, Homero o Goethe. Alicia y yo tuvimos ocasión de cenar con
AChicho en dos ocasiones, la primera de ellas propiciada por un querido amigo común, Gustavo Pérez Puig, y la segunda solos los dos con él. Fueron cenas inolvidables, porque Chicho era un conversador extraordinario. Hablamos sobre todo de cine y literatura de terror, una de nuestras pasiones compartidas, de sus largometrajes La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976), e hicimos hincapié admirativo en una serie de televisión, Historias para no dormir, que se emitió entre 1966 y 1968 y tuvo un breve revival en 1982. Títulos mitológicos de esa serie como ‘El asfalto’ (1966), ‘El cuervo’ (1967) o ‘La zarpa’ (1967) se quedaron a vivir en un rincón privilegiado de mi memoria. Yo era entonces un muchacho de quince o dieciséis años que se saltaba, con la complicidad de sus padres, los dos rombos de rigor y que, efectivamente, no dormía después de ver aquellos horrores fantásticos en blanco y negro que te quitaban el sueño y, a la vez, te estimulaban la imaginación y te protegían del otro terror, el verdadero, el de la realidad.
Chicho Ibáñez Serrador convertía en calidad artística y en eficacia comunicativa todo aquello que acometía, ya fuese con su propio nombre o con el pseudónimo de Luis Peñafiel, con el que solía firmar sus guiones y sus piezas teatrales. La cultura fantaterrorífica de Chicho era muy amplia. Había leído a los clásicos del género, desde Edgar Allan Poe a Bradbury, de W. W. Jacobs a Fredric Brown. Todos se dieron cita en aquellas inolvidables Historias para no dormir que van a volver a robarnos el sueño y, a la vez, a hacernos soñar.