CAMBIO DE GUARDIA
Los más bellos caracteres del teatro griego son femeninos. Y las más bellas heroínas literarias. También las más duras
VIVIMOS tiempos de ignorancia. Autosatisfecha. En Universidades, como entre estibadores o políticos. Destruir el legado griego hubiera repugnado hace medio siglo. Hoy, ese legado existe sólo para el puñado de ratones de biblioteca en vías de extinción, entre los cuales me incluyo. En horizontes aún más correctos que el nuestro, ‘cancelar’ esa cultura clásica es mérito para acceder a cátedra. Es lo que ha descubierto un profesor de Princeton en lucha contra el insufrible masculinismo griego y romano. Anticipa, así, el luminoso futuro de un mundo que espero ya no ver.
Cuando otro, aún más ingenioso, descubra que ese masculinismo se extiende a todas –digo a todas– las culturas, la gran tarea se habrá consumado: y borraremos el pasado. Todo. Puede que no importe gran cosa. Como ya nada parece importar a nadie la sosegada lectura de Homero, Sófocles, Esquilo, Teognis, Safo… ¿Para qué esforzarse en leer si hay televisores, que además son tan feministas?
Los más bellos caracteres del teatro griego son femeninos. Y las más bellas heroínas literarias. También las más duras, las más potentes, en ese mundo guerrero, hecho de fuerza, astucia e inteligencia. «La guerra es padre de todo», había escrito Heráclito. Pero eso, que a nosotros nos sorprende como inicio de la filosofía, era una evidencia, previa a todo, para un hijo de la Hélade. También para una hija, sobre todo para una hija, porque, sin esa perpetua batalla, no sobreviviría. Y las mujeres de la literatura griega, para ser, se tallan a sí mismas como arquetipo de una fuerza que sus machos sólo en parte materializan. Aun los más combatientes.
Antígona planta cara a la ley y a la ciudad: no hay combate más agrio que pueda imaginar un ateniense. Su hermana Ismene se lo hace notar: «El obrar por encima de nuestras posibilidades no tiene ningún sentido». Y Antígona replica que el sentido, su sentido, lo impone ella. A cualquier coste. Porque «hermoso es morir haciéndolo. Yaceré con el que amo y me ama, tras cometer un piadoso crimen». Al lado de esa ‘piedad’, la tentación de huida que reprime el aguerrido Héctor, al saberse destinado a morir a manos de Aquiles, es un juego de niños. Electra sobrepasa infinitamente a Orestes en la implacable ejecución de Clitemnestra, su madre, para vengar la memoria de Agamenón, su padre. Medea, no vacila ante la violencia suprema de dar muerte a sus propios hijos para satisfacer su honor. Circe será la única fuerza capaz de combatir, de igual a igual, con Odiseo en astucia. Atenea sembrará el espanto entre los recios guerreros de Ilion…
¿Por qué, dos mil quinientos años luego, nos siguen conmoviendo las heroínas griegas? Borges lo da en fórmula lapidaria: toda la historia de la literatura cabe en media docena de metáforas. De todas ellas, son portadoras las hijas de Grecia. No hay mujer libre hoy sin esa herencia.