El Rey avisó a los políticos de que no podría parar más golpes
Don Juan Carlos pidió a los líderes colaboración para evitar «circunstancias de tan considerable tensión y gravedad» Apoyo al 23-F Solo cuatro de los once capitanes generales estaban en contra del golpe desde el principio Operación Armada Tejero la rechaz
Pocas horas después de la rendición del teniente coronel Tejero y la liberación del Congreso, el Rey citó a los principales líderes políticos en La Zarzuela y les dio a entender que esta vez había podido parar el golpe, «pero quizá la próxima no pueda». «El Rey no puede ni debe enfrentar reiteradamente con su responsabilidad directa circunstancias de tan considerable tensión y gravedad», afirmó ante Adolfo Suárez, aún presidente del Gobierno; Felipe González (PSOE), Manuel Fraga (AP), Santiago Carrillo (PCE) y Agustín Rodríguez Sahagún (UCD), a quienes pidió moderación y prudencia. El Rey se refería a la sensación de desgobierno que se respiraba provocada por la crisis económica, el terrorismo, los enfrentamientos en la UCD y la oposición implacable de la izquierda.
Les hablaba un Rey joven (43 años), ojeroso y cansado que había conseguido abortar la asonada a golpe de teléfono, intuición, inteligencia y suerte, mucha suerte, porque la víspera todo estaba en contra suya. Si ganaban los golpistas, tendría que volver al exilio y quién sabe si se presentaría una segunda oportunidad de restaurar la democracia y la Monarquía. Pero si el golpe fracasaba y conseguía salvar la democracia, sería inevitable que algunos sectores intentaran implicarle. Los tres golpistas –Tejero, Armada y Milans del Bosch– habían utilizado su nombre a bombo y platillo, y los dos militares eran viejos monárquicos y personas próximas al Rey.
La grabación de Tejero
Tan próximas que Don Juan Carlos no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas cuando el director de la Seguridad del Estado, Francisco Laína, le puso en la Junta de Defensa Nacional del 24-F, una de las grabaciones realizadas la víspera que contenía información importante. En ella se oía cómo Tejero, que estaba en el Congreso, decía a Juan García Carrés –el único civil oficialmente implicado en el golpe– que «el cabrón de Armada» le había propuesto entrar en el hemiciclo para ser investido presidente de un Gobierno «en el que mete a los comunistas, y le he echado fuera».
Cuando el Rey lo oyó, inclinó la cabeza, se cubrió la cara con las manos para ocultar las lágrimas, sacó un pañuelo y se las enjugó. Él ya sabía desde el día anterior que Alfonso Armada,
el hombre que había sido su preceptor y secretario general de su Casa, estaba detrás de la asonada. Lo supo veinte minutos después de que Tejero entrara pegando tiros en el Congreso. Había pedido a Sabino Fernández Campo, secretario de la Casa del Rey, que llamara al general Juste, jefe de la División Acorazada Brunete, para saber si esa poderosa unidad se había sumado al golpe. Mientras tanto, él llamaría al jefe del Estado Mayor de Tierra, teniente general José Gabeiras. Durante la conversación, Juste preguntó a Sabino si Armada estaba en La Zarzuela y, al decirle Sabino que no, Juste insistió. «Ni está ni se le espera», respondió el secretario general de la Casa del Rey, y Juste agregó: «Ah, pues esto cambia totalmente las cosas», lo que alertó a Sabino.
La intuición de Sabino
Fernández Campo acudió inmediatamente al despacho del Rey para contarle su conversación con Juste y advertirle de su intuición. Don Juan Carlos estaba hablando por teléfono precisamente con Armada, que había sido nombrado segundo jefe de Estado Mayor, a petición del Rey y en contra del criterio del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez.
Ante los gestos de Sabino, Don Juan Carlos tapó el teléfono con su mano para oír las advertencias del secretario general de la Casa y, cuando retomó la conversación con Armada, le recriminó que se hubiera dejado involucrar en esa locura. También le prohibió acudir a La Zarzuela y le ordenó que se quedara en el Cuartel General del Ejército, a las órdenes de Gabeiras.