JUAN VAN-HALEN, EL AMOR Y LA MEMORIA
El autor asume una tradición de más de quinientos años de la mejor poesía europea con el libro de sonetos «Donde nombras la lluvia», editado por la Fundación Jorge Guillén
n la poesía occidental, el soneto ha ocupado durante siglos un lugar preeminente entre las formas métricas con más reputación. Para Boileau, un soneto perfecto equivalía a un buen poema largo y, no en vano, ha sido piedra de toque en la que los grandes poetas —en todos los idiomas europeos— han medido su arte. El soneto «es el gótico de la poesía», escribe Juan Van-Halen en el prólogo a su último libro, Donde nombras la lluvia, «y desconfío de quienes lo ningunean o lo devalúan». Y con esta declaración de intenciones, además de asumir una tradición de más de quinientos años de la mejor poesía europea, se adentra sin miedo en la era de las redes sociales portando el estandarte del soneto, cuyos catorce versos no caben en un tuit.
La obra poética de Van-Halen ha discurrido por muchas variantes métricas y formales desde sus inicios –hace más de cincuenta años, con Lejana palabra–, pero siempre ha regresado al soneto
Ebuscando un compás vital y estilístico, marcado por una claridad expresiva dificilísima de conseguir dentro de un molde tan estricto. Ángel González —para quien Van-Halen es «un maestro del soneto»— lo resumió en estas palabras: «la escritura que aúna sentimiento y pensamiento, moralidad y belleza, claridad y vigor; atento al mundo exterior y a la intimidad».
Donde nombras la lluvia recupera algo más de un centenar de sonetos escritos en estos primeros años del siglo XXI —todos ellos inéditos excepto una decena de rescates aparecidos anteriorDe
Donde nombras la lluvia Juan Van-Halen
Fundación Jorge Guillén Colección Cortalaire
páginas euros mente en plaquettes o revistas—, que han sido reelaborados y organizados para establecer esta versión definitiva, publicada en la colección Cortalaire de la Fundación Jorge Guillén. Un libro semejante, cuando los poemarios con más éxito editorial son recopilaciones de posts de Instagram con más o menos gracia, no constituye sólo un acto de valentía, sino que además requiere un conocimiento profundo de la tradición poética, una técnica retórica y versificatoria ajena a las prisas de hoy en día, y una musicalidad que el teclado del móvil no comprende.
los cientos de sonetos que Van-Halen ha escrito en estos últimos veinte años, Donde nombras la lluvia supone una selección temática «referida al amor y al desamor, a la memoria y al olvido que el amor madeja y al poso del tiempo que escombra y desescombra este sentimiento indefinible por tan definido». El título establece ya los dos pilares sobre los que se fundamenta la estructura simbólica del libro: la amada —la segunda persona del singular de «nombras»— y la lluvia. Ese «tú», interlocutor constante a lo largo de las cuatro partes del poemario —«¿Eres tú? ¿No eres tú? ¿Quién lo adivina?»— , es origen y destino tanto del amor como de la palabra poética, creador del locus amoenus revisitado que se construye soneto a soneto: «Nada en mi mundo existe si tú no lo defines». Pero ese lugar propicio para el amor —quién lo diría— se sitúa bajo la lluvia: «Nuestro amor es más fuerte, frutal, cuando diluvia». Y aquí la simbología tradicional de la lluvia (la fertilidad, la purificación, la espiritualidad de lo que baja del cielo) se condensa en el sentido último de lo celeste, es decir, del principio y del fin de la vida: el ciclo del agua. Escribía Lao Tse que el agua no se para ni de día ni de noche, circula por lo alto y por lo bajo, y «sobresale en hacer el bien. Si se le opone un dique, se contiene. Si se le abre camino, discurre por él». Por eso se dice que no lucha y, sin embargo, su poder no tiene igual. Así es la fuerza del amor en Donde nombras la lluvia.
La maestría en el uso del soneto que Van-Halen demuestra en cada página no se detiene en al habitual endecasílabo, sino que maniobra con soltura en el alejandrino —por supuesto—, en el heptasílabo, el octosílabo, el eneasílabo y hasta el tetrasílabo. Son pruebas más que suficientes para confirmar la vigencia del soneto en la poesía española contemporánea, y acreditar que la métrica clásica, unida a un quehacer poético lúcido y cultivado, produce resultados de inestimable altura lírica.