LA GALERA VALLISOLETANA, CUNA DEL PENITENCIARISMO
Valladolid contó con una de las primeras cárceles para mujeres de España. Su regulación a finales del siglo XVIII contempló el concepto de reinserción a través de la educación y el trabajo penitenciario
alladolid, por su importancia histórica, ha sido pionera en muchos ámbitos, como sucedió con su Galera de mujeres. La catedrática de Historia Moderna de la UVA, Margarita Torremocha, ha dedicado buena parte de su carrera al estudio de la delincuencia, en especial la femenina. Su reciente y ameno libro, Cárcel de mujeres en el Antiguo Régimen, fruto de años de investigación en un terreno áspero, por la escasez de fuentes, es todo un referente para conocer nuestra Historia Penitenciaria.
Aunque la cárcel existe desde tiempos remotos, su función se reducía a la custodia de los reos que esperaban juicio; no tenía un fin de castigo. En el sistema penal imperaban la pena capital, las infamantes, un creativo y terrible elenco de castigos corporales, o los trabajos forzados como el de galeras, tan duro que para muchos galeotes la muerte era vista como una liberación. La pena privativa de libertad es bastante reciente y surgió como un avance derivado de la Ilustración y el humanitarismo. No aparecerá en España, de forma explícita, hasta el Código Penal de 1822. Sin embargo, hubo una excepción a esto: las casas galeras o cárceles de mujeres, que durante el Antiguo Régimen se utilizaron para castigar la delincuencia femenina. Valladolid, al menos desde el siglo XVII, contó con una de las más antiguas, y fue Magdalena de San Jerónimo, enigmático personaje vinculado a la ciudad, quien acuñó el término
VGalera para designar estos primeros centros penitenciarios, inspirados en la pena de galeras masculina. García Valdés las definió como «barco en tierra, con rigor de trato y régimen conventual».
Esta mujer audaz y corajuda viajó por media Europa. A pesar de su origen humilde, logró codearse con los principales personajes de la Corte. Tras años de trabajo con prostitutas, por encargo de Felipe III escribió su obra Razón y forma de la Galera y casa real, que el rey nuestro señor manda hazer en estos reynos, para castigo de mujeres vagantes y ladronas, alcahuetas, hechizeras y otras semejantes, que podría calificarse como uno de los primeros reglamentos penitenciarios.
Publicada en 1608 en Valladolid y Salamanca, sentó las bases teóricas para la organización de estos centros en los que la disciplina lo era todo, y así se establecía que debían contar con «cadenas, esposas, grillos; y mordazas, cepos y disciplinas de todas hechuras, de cordeles y hierro, que de solo ver estos instrumentos se atemoricen y espanten…». Un ejemplo del temor que infundía la Galera lo hallamos en 1604, cuando una nutrida embajada inglesa vino a firmar la paz. A pesar del suculento botín que los ilustres visitantes representaban para las meretrices locales, bastó pregonar que las que estuvieran en la calle pasadas las 8 serían conducidas a la Galera, para «garantizar» a los británicos una casta estancia en la ciudad.
Penas infamantes
Se sabe que hasta 1764 estuvo detrás de la plaza del Salvador, en el espacio que hoy ocupa la calle de la Galera; después se ubicó junto a la Iglesia de San Lorenzo. Sus contornos serían escenario del inenarrable espectáculo de las penas infamantes, antesala habitual del encarcelamiento. Como ocurrió en 1749 cuando «emplumaron a una mujer (…) llamada la Palurda, por alcahueta y la pasearon por las calles con plumas y todo». O con las ocho mujeres que desfilaron por la Acera de San Francisco «en burro, rapadas la cabeza y desnudas de medio cuerpo arriba».
Otro hito de nuestra historia penitenciaria, rescatado por Torremocha, lo constituye la Propuesta de reforma de la Galera vallisoletana efectuada en 1784 por el berciano Antonio González Yebra, al que hay que sumar las Ordenanzas de la Casa Galera de Valladolid de Luis Marcelino Pereyra (1796). Impregnadas por las ideas ilustradas, en ambas aparece ya el concepto de reinserción a través de la educación y el trabajo penitenciario, del que podemos ver su primera regulación detallada, y hallamos un precedente del actual juez de vigilancia penitenciaria con la figura del protector.
Ambos se vieron influidos por Manuel de Lardizábal, cuyo Discurso sobre las penas (1782), considerado uno de los primeros tratados penológicos del mundo, es muy crítico con las mutilaciones y demás penas inhumanas como «desollar la frente, imprimir hierros ardiendo en la cara ó en otra parte del cuerpo, sacar los ojos, cortar ó clavar la lengua, cortar las orejas, arrancar los dientes, clavar la mano…». Y Lardizábal también está vinculado a esta tierra, pues se formó como jurista en las universidades de El Burgo de Osma y Valladolid, donde fue profesor.
Todos ellos pueden considerarse unos pioneros que sitúan a Valladolid en la génesis del sistema penitenciario español, hoy en día, uno de los más avanzados del mundo.