ABC (Castilla y León)

«Allí no hay dinero, por eso saltamos»

▶ Cientos de menores y jóvenes marroquíes sin futuro en su país vagan por las calles de Ceuta

- J. J. MADUEÑO CEUTA

En la sombra que proporcion­an las escaleras de bajada a la playa, refrescánd­ose con el agua de las duchas para quitarse la arena y comiendo lo que les saca por caridad el dueño del chiringuit­o en la playa de la Ribera de Ceuta viven más de 20 jóvenes, entre ellos algunos menores de edad, desde que saltaron la frontera del Tarajal el pasado lunes. Todos quieren hablar. Confiesan falsas promesas y la esperanza de poder labrarse un futuro. «Quiero ir a Europa para trabajar. A Holanda. Mi madre sabe que estoy aquí y me ha dicho que tenga mucha suerte», señala en aquella escalinata, desde la que se ve la costa de Marruecos, Ismael Bel Hassan (13 años), que confiesa que no ha ido a ningún centro de menores por miedo. «He escuchado que están sacando a los niños de Ceuta. A un amigo lo han mandado a Marruecos», señala Ismael.

Entre ellos los rumores alimentan el miedo, las falsas esperanzas y dan aire a las mentiras que los llevaron jugarse la vida para entrar en Ceuta. «Los militares nos decían que pasáramos, que estaba abierto y podíamos ir a España», señala Mohamed Achdan (24 años). A unos les dijeron en el colegio que iban al lugar donde jugaba Cristiano Ronaldo y a otros que el trabajo estaba garantizad­o. «En Tánger nos decían que aquí podíamos tener trabajo, que siempre se buscaba gente para cuidar el ganado», recuerda Achdan.

Falsas promesas

A otros les prometiero­n que los esperaba un barco para llevarlos a la Península o que la sanidad pública atendía gratis todos sus problemas de salud. «Soy sordo y me dijo un amigo que aquí en España los aparatos me los daba la Sanidad», afirma Ibrahim Akarhib, que dice que sus dispositiv­os para poder escuchar cuestan 1.400 euros y que tiene que comprar las pilas cada semana, pero vive en la calle de lo que le da gente como Shaba Hamed, que ha abierto su casa en la barriada de Los Rosales para que estos chicos puedan ducharse, tener algo de ropa y comer. «Lo hago siempre que llega alguien, pero esta vez han sido miles. Es un caos. Ayudo con lo que me dan, pero llevamos tres días desbordado­s», asegura la mujer.

Es una avalancha de personas llamadas por un compendio de falsedades, mitos y deseos, que constituye­n el ideario de una tierra prometida que ahora los tiene varados en parques, cementerio­s, arboledas o las pocas sombras que se pueden encontrar en una playa en el norte de África a las tres de la tarde de este jueves soleado. Pasaron la frontera para trabajar, buscando un futuro mejor que el que tienen en un país donde dicen que la gente está pasando hambre. «Allí no hay dinero para vivir, por eso saltamos cuando dijeron que se podía entrar», señala Rashid Elhazuzi (14 años).

Este niño asegura que ha llamado a su madre esta mañana para tranquiliz­arla y que «no le ha gustado» que se fuera a España. Otros padres siguen esperando saber dónde están sus hijos, desapareci­dos tras la entrada masiva. «Mi madre me ha dicho que no viva en la calle y que me vaya a un centro de acogida, pero allí no quieren hablar con nosotros. La puerta está cerrada. He ido a la comisaría, pero no me han dejado entrar», afirma Rashid, quien dice que solo quiere entrar en el centro para poder estudiar y así poder ir a Europa. «En Marruecos siempre escuchas que, si entras, vas a Europa», añade este niño llegado desde Tetuán.

Seguir estudiando es lo que quiere Tanfek Ben Mohamed (22 años), que se expresa en un perfecto inglés mirando hacia la costa de Marruecos. Muestra su carné de la universida­d y señala que es estudiante de Literatura Inglesa. Como otros muchos, siempre había entrado en Ceuta con su pasaporte, sin problemas. Sin embargo, el cierre de frontera los ha encapsulad­o sin trabajo ni ingresos. Desesperad­o se lanzó en cuanto escuchó que la frontera estaba abierta y podía pasar. «Solo quiere poder tener un futuro, estudiar y trabajar en España», afirma Tanfek, que muestra un moratón en la pierna y asegura que le ha pegado la Policía en una carga. «No soy un criminal», señala resignado.

Refugiados en las escolleras

Dris Elkhel (16 años) no quería dormir en la calle. Por eso asegura que se dirigió a uno de los centros de menores operativos: La Esperanza y Pienars. «Vi a la Policía con la porra y salí corriendo, pero luego regresé. El lunes dormí al lado de la puerta, pero nadie salió. Me han echado de allí, pero sigo regresando», recuerda Dris, que duerme con un grupo de chicos en unas escolleras y que asegura que no va a regresar a Marruecos porque es «el hombre de la casa». Este chico tiene una madre y dos hermanos menores, el salto de la valla que hizo esta semana es para labrarse un futuro en España y así poder mandar dinero a su familia para que vivan en Marruecos.

Son muchas las historias que han zozobrado en esa playa de Ceuta. Mohssin Olhassan (26 años) lleva casado un año y medio. Cuando escuchó que la frontera estaba abierta se lanzó. Atrás dejó a su esposa embarazada de siete meses. No sabe cuándo verá a su bebé, ni si se enterará de su nacimiento, pero tiene claro que debe permanecer en España para poder criarlo. «No voy a regresar, porque allí no hay nada», afirma este joven delante de Jalal Azilal (26 años), que llegó desde la otra punta del país para trabajar, como cada verano en Cabonegro –lugar costero–, pero sin trabajo en esta zona turística por la pandemia decidió cruzar porque le dijeron que la frontera estaba abierta.

Con ellos está Abdel Alí (17 años). Tiene un brazo roto, lo que no le impidió entrar nadando. «Tuve que aguantar la paliza de los militares de Marruecos para llegar a la playa y cruzar nadando», asevera este joven, que ha llamado a su hermana para decirle que se encuentra bien. «Me ha deseado suerte y que cuide el brazo», señala el chico, que asegura que no volverá porque la semana antes del salto de este lunes hubo intentos de cruzar y que a los que deportaron están en la cárcel de Marruecos por saltarse el cierre decretado por el reino alauí.

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FOTOS: J. J. MADUEÑO Natural de Castillejo­s, a Akarhib (29 años), le dijeron que en España le regalarían los dispositiv­os que necesita forzosamen­te para oír

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