ABC (Castilla y León)

Es probable que el director general de Tráfico esté envuelto en esa triste añoranza del paraíso

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ENTRE el año 1665 y 1667 unas 100.000 personas, la cuarta parte de los habitantes de Londres, murieron por la peste bubónica, lo que podríamos denominar el Covid del siglo XVII. Huyendo de la peste, John Milton salió de Londres y, ya fuera de la peligrosa ciudad, concluyó de escribir El paraíso perdido, que sería publicado en 1667, y que los católicos tuvieron prohibido leer hasta el año 1900. El poema es más citado que leído, como le sucede a nuestro Quijote, pero dejó una huella que llegó a Burke y a Kant, y una interpreta­ción algo inexacta que lo relaciona con cierto sentido melancólic­o más que aristotéli­co, que perdura.

Es probable que el director general de Tráfico esté envuelto en esa triste añoranza del paraíso, y escucho los anuncios que paga su ministerio con nuestro dinero, donde en las calles, al circular los automóvile­s a 30 kilómetros por hora se escucha el piar de los pajaritos, y ese silencio que debió envolver a Adán y Eva, cuando vivían tan inocentes como exentos de la necesidad de comprar ropa en Zara.

Ayer, fui a la Gran Vía, a la Casa del Libro, en busca de un ejemplar de la biografía que Carlos Abella escribió sobre José Manuel Lara, y ni en la Gran Vía, ni en la calle Barquillo, ni en Fuencarral ni en los bulevares logré escuchar el canto de los pájaros, segurament­e ocultos por el ronroneo de los motores de los automóvile­s, que aun a 30 kilómetros por hora hacen ruido, y no te digo las motociclet­as. Si hubieran soltado una motociclet­a en el Paraíso estoy convencido de que a Adán se le hubiera puesto el pelo blanco. Puede que, en conjunto, el sonido fuera algo menor, pero el olor a gasolina era mayor, lo que no aproximaba las calles de Madrid al escenario idílico de los anuncios, ni mucho menos.

Cuando apareció el automóvil en Inglaterra estaba prohibido que circulara a más de 6 kilómetros por hora y un hombre, provisto con una bandera, avisaba de que detrás de él venia un peligroso automóvil. Ignoro si el director General de Tráfico sopesa reimplanta­r esa idea, pero el mismo Burke decía que «nunca puedes planear el futuro a través del pasado».

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