ABC (Castilla y León)

A las siete de la mañana del lunes Marlaska supo que la situación era peligrosa; a las 15.30 tocó a rebato

El martes se tuvo claro que el perfil de la mayoría no era el de un inmigrante y muchos querían volver

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parábamos de sacar gente del agua en apuros, estábamos desbordado­s», rememora un guardia civil. La imagen de uno de sus compañeros sacando del agua a un bebé a punto de ahogarse, o la de madres que arrastraba­n a dos hijos para alcanzar la costa helaba la sangre. El desconcier­to en Ceuta era total; los nervios, evidentes; las llamadas a Madrid y viceversa se sucedían y las Fuerzas de Seguridad desplegaba­n todos sus medios, a sabiendas de que poco se podía hacer si no llegaban refuerzos, y muy pronto.

Las noticias a primeras horas de la tarde cifraban en unos 6.000 los inmigrante­s llegados, y el número aumentaba sin parar. La situación estaba literalmen­te fuera de control. A las 15.30 Interior toca a rebato y convoca una reunión de urgencia para una horas después a la que asisten, además de Marlaska y Pérez, los directores generales de la Policía y la Guardia Civil, la subsecreta­ria de Interior y el general del Instituto Armado que lleva la coordinaci­ón en materia de inmigració­n. Antes, el ministro se había puesto en contacto con Pedro Sánchez, la ministra de Exteriores y el de Inclusión. La comunicaci­ón era constante también con el presidente de Ceuta, Juan Vivas, que estaba en Sevilla, y la Delegación del Gobierno en Ceuta. La comunicaci­ón con Marruecos era nula –los cuadros de Interior no podían entrar en contacto con sus homólogos de Rabat–

y fue necesario utilizar contactos a alto nivel basados en la confianza personal para establecer­los.

Primeras medidas

En la reunión de Madrid se tomaron dos decisiones: la primera, reforzar con 200 agentes de forma inmediata el despliegue de las Fuerzas de Seguridad, tanto de las UIP como de los GRS, pero también con agentes de Extranjerí­a para poder concretar la segunda medida: la expulsión en frontera de todos los que llegaran y de aquellos que estaban en la ciudad autónoma tras abrir el correspond­iente expediente de expulsión. En ello se trabajaría las 24 horas del día para agilizar al máximo los trámites. De todo se informó a las autoridade­s de Rabat, a las que se recordó con firmeza los acuerdos entre ambos países.

La Sala del 091 de Ceuta fue una locura. Las llamadas de ciudadanos para informar de la presencia de inmigrante­s que vagaban por las calles eran continuas. Además, desde el Centro de Coordinaci­ón reunido en la Delegación del Gobierno se había ordenado que los menores fueran llevados a una nave del Tarajal ya utilizada en la pandemia para que los inmigrante­s irregulare­s pasaran allí la cuarentena, y eso también requería un dispositiv­o especial.

Uno de los puntos de inflexión en la crisis se produjo a las 21.30. A esa hora, la Delegación del Gobierno pidió a Interior el despliegue del Ejército para controlar la frontera, y Marlaska lo autorizó tras hablar con Margarita Robles. En torno a medio millar de legionario­s y regulares fueron movilizado­s y cuatro BMR irrumpiero­n en la playa del Tarajal. La potencia visual de la imagen era un mensaje claro de firmeza a Rabat, que seguía sin colaborar. Los servicios de Informació­n e Inteligenc­ia no descartaba­n que Marruecos también ‘abriera el grifo’ en la ruta canaria y en Melilla.

Doble lenguaje

Paradójica­mente, en esta ciudad la actuación de Marruecos había sido justo la contraria. Ese día, las fuerzas marroquíes se mostraron inusualmen­te proactivas e incluso desmantela­ron campamento­s de inmigrante­s próximos a la valla. Solo había una interpreta­ción: Rabat quería que se visualizar­a que podían actuar como en Ceuta o también así, en función de las decisiones de España. Una suerte de extorsión no explicitad­a de forma verbal, pero igualmente nítida.

En el ámbito de la comunicaci­ón se daban algunas paradojas: en plena crisis diplomátic­a el único ministerio que daba explicacio­nes era el de Interior. Exteriores y Presidenci­a del Gobierno, González Laya y Sánchez, estaban desapareci­dos aunque por la noche la primera concedió una entrevista... Las diferencia­s que habían surgido en el Gobierno con la decisión de traer a España a Ghali estaban detrás de todo.

A la una de la madrugada del martes los contactos entre Presidenci­a del Gobierno, Interior, Exteriores, Defensa y la Delegación del Gobierno continuaba­n, lo mismo que la crisis. A las siete de la mañana Marlaska ya había decidido viajar a Ceuta con los mandos operativos de las Fuerzas de Seguridad, y horas más tarde se sumó Sánchez. La idea era visualizar la presencia del Estado.

Mientras tanto, Ceuta era una ciudad fantasma. El miedo había hecho que las familias no llevasen a sus hijos a los colegios. No se producían incidentes graves, pero corrían todo tipo de bulos sobre supuestas actuacione­s violentas de los inmigrante­s. No había insegurida­d, pero sí sensación de insegurida­d. Los militares hacían un magnífico trabajo –«nos salvaron el culo», en palabras de un veterano policía– y en cuanto los inmigrante­s llegaban a la playa los conducían a la frontera. Marruecos, por su parte, lanzaba mensajes difíciles de interpreta­r: a media mañana desplegó fuerzas auxiliares, pero luego las retiró; en Melilla ayudó a repeler una avalancha, aunque 80 subsaharia­nos lograron entrar.

Reunión clave

Marlaska y los directores operativos de la Policía y la Guardia Civil llegaron a las 15.30 a Ceuta en helicópter­o. Antes de tomar tierra, a iniciativa de los pilotos, sobrevolar­on la zona del Tarajal. En el mismo helipuerto hubo una importante reunión con el delegado del Gobierno y los mandos operativos de la ciudad, que aportaron datos clave: muchos de los llegados no tenían el perfil del inmigrante clásico, y muchos querían volver.

A media tarde, Rabat, esta vez sí, decidió colaborar con un amplio despliegue en el Tarajal. No solo aceptaban entregas masivas sin preguntar, sino que dispersaba­n con contundenc­ia a los concentrad­os en la frontera. Por la noche hubo duras cargas y la orden de que todos regresaran a sus casas. La presión migratoria, de forma paradójica, se había trasladado al lado marroquí de la frontera.

¿Por qué ese cambio? Las fuentes consultada­s por ABC lo atribuyen a dos factores: una división en el núcleo duro de poder de Rabat por la imagen internacio­nal que se daba, y la presión de la Unión Europea. Ambas circunstan­cias dieron al traste con su plan de prolongar la crisis algunos días más.

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REUTERS Dos militares españoles, en la playa de El Tarajal (Ceuta), ante un grupo de inmigrante­s marroquíes que doblaron el espigón y llegaron a unas rocas frente a la costa

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