ABC (Castilla y León)

Callejón sin salida

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o hace falta ser un lince para darse cuenta de que Sánchez sigue ligado a compañías políticas que no le convienen. Si el Podemos de Pablo Iglesias era lo más parecido a un grano en el culo, el de Ione Belarra no será muy distinto. Ahí está la mirada al cielo de Nadia Calviño, mientras Yolanda Díaz volvía a prometer la derogación de la reforma laboral en el Congreso de los Diputados, para disipar cualquier duda.

Los contencios­os entre ambas partes siguen abiertos. Esta semana ha vuelto a haber choque de trenes a propósito de la ley trans, que marca las señas de identidad de dos feminismos incompatib­les, y Echenique ha renovado la promesa de que habrá limitación legal al precio de los alquileres. Por si fuera poco, la secretaria de Relaciones Internacio­nales de Podemos, Idoia Villanueva, ha defendido la causa del Frente Polisario en el peor momento de la crisis con Marruecos para dejar claras las prioridade­s de su partido. Que esa cohabitaci­ón de gallos de pelea no tiene buen pronóstico lo saben hasta las piedras. Y que va a empeorar a partir de ahora, a pesar del mutis de Iglesias, también.

Antes de que votemos en las próximas elecciones generales, a Podemos se le tienen que inflar las narices para poder recuperar un discurso propio que le distancie del PSOE. La ruptura es inevitable. Y aún lo será más a medida que avance la operación de relanzamie­nto de Más País que los estrategas de Moncloa pusieron en marcha tras el campanazo de Mónica García en las elecciones madrileñas. A Sánchez le viene mejor la complicida­d con Íñigo Errejón que con los herederos de Pablo Iglesias y utilizará toda su influencia mediática e institucio­nal —de hecho ya ha comenzado a hacerlo— para hacerle crecer electoralm­ente en detrimento de su actual socio de Gobierno.

En el otro flanco, el de la coyunda con el independen­tismo catalán, el panorama también es poco halagüeño. Pere Aragonès no será una mosca menos cojonera que Quim Torra. Lo primero que ha hecho el delfín de Junqueras, nada más llegar a la sala

Nde mapas de la Generalita­t, ha sido reivindica­r el derecho de autodeterm­inación para que nadie se llame a engaño. Las exigencias del Govern republican­o, en cuanto se constituya de nuevo la mesa de diálogo, no van a ser más digeribles para el Estado que las del Govern posconverg­ente. El catálogo reivindica­tivo se mantiene intacto, amnistía y referéndum, y el calendario se constriñe. Ya no hay excusas dilatorias que permitan seguir echándole hilo a la cometa. Ni crisis pandémicas agudas (toquemos madera) ni procesos electorale­s en ciernes. Aragonès tiene un plazo de dos años para conseguir del Gobierno de Sánchez contrapart­idas concretas que le permitan avanzar hacia la independen­cia o perderá la cuestión de confianza que se ha comprometi­do a plantear en el ecuador de su mandato y tendrá que dimitir como presidente de la Generalita­t. La casualidad ha querido, para más inri, que ese momento coincida con el término de la legislatur­a nacional. Eso significa que cualquier concesión que haga el presidente del Gobierno durante la negociació­n tendrá que ser valorada en caliente por las urnas de toda España. La alternativ­a, para Sánchez, es a cual peor. O cumple con su obligación y dinamita la mesa de diálogo diciendo que no a lo que le pide la contrapart­e, en cuyo caso se queda sin aliados para seguir en La Moncloa, o se rinde a las exigencias del independen­tismo catalán convocando algún tipo de referéndum trapacero y pierde las elecciones por goleada. El callejón no tiene salida.

Si no quiere verlo, es porque vive en la inopia, que es donde suelen acabar los inquilinos de La Moncloa, o porque tiene tan buena opinión de sí mismo que se cree capaz de sobrevivir al desastre que se le viene encima.

Tal vez piensa que una mirada prospectiv­a a la España de 2050, un verano sin mascarilla­s al aire libre y la llegada de los fondos europeos bastarán para que los vientos adversos que están arrasando en las encuestas su baraca electoral vuelvan a serle propicios. Pincho de tortilla y caña a que se equivoca. Es de cajón: si nada cambia, todo seguirá igual.

El jefe del Ejecutivo, Pedro Sánchez

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G. NAVARRO

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