La pandemia derivada de la pandemia
El número de ingresos por trastornos alimentarios es cuatro veces mayor que antes del Covid. La factura en la salud mental de los jóvenes es alarmante
La pandemia les habló de comida todo el tiempo. De viajes a la nevera por los que luego se sentían culpables. De cuerpos esculturales luciéndose en las redes sociales. De mensajes invocando la necesidad de hacer ejercicio físico para no descuidarse. Y así llegó septiembre. Los jóvenes volvieron a clase con estrés, angustia, ansiedad y depresión. Son muchos más de los que están: «Los directores de colegios han dado la voz de alarma; los casos se han disparado a partir de diciembre y enero», dicen los jefes de las unidades psiquiátricas de tres de los principales hospitales madrileños, el Infanta Leonor, el Clínico San Carlos y el Ramón y Cajal.
A partir de esas fechas, durante el primer cuatrimestre de este año 2021 los ingresos hospitalarios por trastornos de conducta alimentaria (TCA) se han cuadriplicado respecto al año pasado, afirma con rotundidad Ángela Ibáñez, jefa del servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Ramón y Cajal, que representa a la mayor población infanto-juvenil de la Comunidad de Madrid. El comedor terapéutico se ha llenado. Pero hay más: un repunte extraordinariamente alarmante de niños con lesiones autolíticas; la mayoría no con intención suicida, aclara su colega, el jefe del servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Infanta Leonor, Francisco Javier Quintero. Lo confirman desde la Comunidad de Madrid y su unidad de Salud Mental. Es una pandemia dentro de la pandemia, o derivada de ella, aclaran los galenos.
Especialistas como Calixto Plumed, psicólogo clínico de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios –que también da clases de Enfermería en la Escuela Universitaria de Comillas a jóvenes de más edad– avalan que la depresión, los cuadros graves de ansiedad y las malas praxis con la comida han aflorado por el «desequilibrio emocional» al que se ha conducido a los jóvenes durante el encierro, sobre todo. «Se desajustaron», asegura.
También adultos
El fenómeno no se ha dado exclusivamente en los jóvenes. En asociaciones de terapia y tratamiento de la anorexia, como Adaner, no faltan llamadas de adultos, sobre todo mujeres, de 30 y 40 años. Según el doctor Quintero, la población adulta ha registrado más episodios de atracón (en inglés, ‘binge eating’) y también consumo excesivo de alcohol (‘binge drinking’) por la desesperanza en la que se cayó durante la pandemia. Algunos de ellos, con TCA en el pasado, los han rememorado en forma de bulimia nerviosa. Sentir que habían ganado algunos kilos de más durante el confinamiento estricto fue, indican los doctores, una pesadilla para muchas personas que se presta a poco meme y poca chanza.
Los padres han sufrido. No se les puede culpar, comprende la presidenta de la Sociedad madrileña de Psiquiatría, la doctora Marina Díaz Marsá. Ellos no se han dado cuenta de la relación patológica que sus hijos adquirían con los alimentos. No es que hayan abandonado a sus vástagos, sino que estaban preocupados por su estabilidad económica o laboral, metidos en otra ola de incertidumbre propia. Los ERTE, los problemas del teletrabajo, el encierro, las parejas... «Al crío se le ha tenido a veces en un cuarto y se le ha pedido que hiciera sus deberes y continuara su vida normal, como si nada ocurriese, intentando minimizar el daño que una pandemia tan inesperada y de magnitud tan incontrolable pudiera hacerles», comenta la doctora Ibáñez. «Los padres quieren lo mejor para sus hijos; pero muchos estaban a otra cosa. No se ha podido evitar en muchos casos y se han encontrado casi repentinamente con un intento grave de autolesión de su hijo, como les ocurre a muchos de los pacientes ingresados ahora mismo», agrega en el Ramón y Cajal.
Niños desajustados
Quintero, por su parte, lo baja a pie de calle: «Detrás de un niño desorientado, suele haber unos padres desorientados. Y esta época ha sido muy devastadora para el equilibrio emocional, físico y social. Cognitivamente, ha habido personas que han envejecido diez años en unos meses. La sobrecarga emocional y de estrés no ha tenido precedentes. Nunca nos hubiésemos imaginado estar siempre con una sensación de alarma y no hemos tenido recursos emocionales suficientes para gestionar tantas cosas». El terremoto psicológico ha sido una consecuencia lógica.
«Los jóvenes están en una edad muy vulnerable. Hacer deporte y abrirse a la vida sana es básico. Han estado confinados por obligación durante mucho tiempo y sin ‘tocar’ a sus amistades», colige Ibáñez.
La doctora Díaz Marsá, también jefa de la Unidad de Trastornos de la Con