LA SOMBRA DE MIS PASOS
an enterrado los periódicos tantas veces que me ha sorprendido poder comprarlo alegremente esta mañana. Y me he marchado disimulando como si llevase un muerto bajo el brazo o como si hubiese desvalijado una sala entera del Museo del Prado. ¡Qué oficio este nuestro de empapelar la ciudad cada mañana!
Esta semana me han dicho cuatro periodistas que la prensa escrita está muerta. Y lo dijeron tan tranquilos –más o menos como Pedro Sánchez anuncia a los españoles que viviremos peor que
Hnuestros padres y que nuestros abuelos–. Calculo que dos de ellos lo decían porque no trabajan en un periódico y los otros dos porque no se respetan los suficiente a sí mismos. Añadía uno que su padre, periodista con mando en plaza en el Madrid de los años de la gloria periodística, le mandaba cuando era niño cada sábado por la mañana y cada domingo a comprar toda la prensa al quiosco: «ABC, Diario 16, El País, La Vanguardia, El Norte…», empezó a recitar de memoria. «Ahora ya no compro ninguno».
En una ocasión me dijo Quintano, no se me olvidará, que a este oficio de escribir en la prensa solamente iban a poder dedicarse los que sean ricos. Y puede que tuviera razón, como en tantas otras cosas. Sobre todo por este empeño de los propios periódicos y los periodistas de no respetarse a sí mismos. Exactamente igual que esos lectores que comentan en digital y sin ningún pudor: «Qué lástima que no sea gratis». Como si las cañas en los bares también lo fueran, o vestirse. La prensa escrita es un oficio para románticos, un dandismo de celulosa y de palabras. Y al dandismo, obviamente, no se llega sin esfuerzo. Igual que asearse y plancharse una camisa durante el confinamiento era una rutina de románticos con la mitad de la civilización trabajando desde sus casas en pijama.
Comprar la prensa es la única batalla cultural que se me ocurre, porque leer el periódico consiste en no ir desnudo por la vida. Es ponerse una americana bien cortada a diferencia de esos que piensan que un diario sólo sirve ya para echarle un abriguito a la barra de pan para que no se destemple en el camino de la panadería a casa. El periódico se compra porque todavía quedan tipos que creen en el hombre ahora que el humanismo, como tantos otros movimientos, supongo, también es cosa de fachas. Qué es eso de creer en el hombre cuando en lo que hay que creer es en el futuro porque lo dice Moncloa.
Comprar periódicos, lo mismo que escribir en ellos, requiere una confianza visceral en el ser humano. Por eso este es un oficio con futuro y se lo digo a estos cuatro amigos por escrito y en papel. El día que los hombres dejemos de creer en el hombre cerrarán los periódicos, nos dedicaremos a comer carne roja sólo cuando consienta el Gobierno y publicaremos el último número de ABC con sus páginas en blanco.