Entre el rojo y el amarillo: una pasión llamada fútbol
a ilusión se siente, y se ve. Porque las miradas no engañan. Tomás, un niño sevillano de apenas 11 años, observa en los aledaños del estadio de La Cartuja como si manejase un periscopio. De un lado para otro. Da la vuelta, y aplaude. Los nervios son evidentes. También corre, aunque sus familiares, más calmados, tratan de frenarlo con poco éxito: «Espera, espera», le gritan. Tomás es la viva imagen de la pasión que el fútbol regala. Tanto tiempo esperando, tanta inquietud. Dice que es sevillista, y que ya está harto de no poder ir al Sánchez-Pizjuán. Su padre, abonado al equipo de Nervión, trata de corregirlo, y aduce que todos están con muchas ganas, pero que hay que esperar. Alfonso es un resorte: «Vamos a entrar ya», comenta mientras tira del padre.
En una sociedad con problemas, el fútbol tiene la extraña virtud de regalar esperanza. Unidos por el color
Lrojo, Sevilla fue anoche un reducto de alegría y entusiasmo con miles de aficionados al fútbol vibrando en un momento histórico y repleto de anécdotas. Como la que protagonizó Tomás,
Visto lo visto en San Petersburgo, donde la cenicienta eslovaca sorprendió a una Polonia errática pese a contar en sus filas con el reciente Bota de