Sin indultos no hay paraíso
Sánchez consumó su felonía. El presidente del Gobierno, desoyendo los preceptos constitucionales emitidos por el TS, saca de la cárcel a los delincuentes que intentaron un golpe de Estado. Sánchez no cesa en sus pretensiones de acabar con las instituciones democráticas, colocándose por encima del poder judicial y pisoteando la división de poderes, principio básico del Estado de derecho. Su giro hacia el totalitarismo lo está convirtiendo en el político más demoledor de nuestros valores democráticos. Sus bandazos definen su falta de credibilidad. En un santiamén ha pasado de defender el 155 a sacar de la cárcel a los golpistas. En 2014 declaraba que los indultos políticos deberían acabarse en nuestro país, y ahí lo tienen, indultando a un grupo de políticos sediciosos. No ha tenido reparo en etiquetar de vengativos y revanchistas los dictámenes del Alto Tribunal, una vileza impropia del presidente de un gobierno democrático. Con su llamamiento a la concordia, ha pretendido hacer cómplices de sus fechorías a los ciudadanos. Resulta vergonzoso que todas sus exigencias y peticiones de concordia las haya dirigido a los ciudadanos decentes, y ninguna a los golpistas. Sánchez no ha exigido a los encarcelados el arrepentimiento, ni su voluntad de no volver a cometer el delito de sedición. Es más, los condenados han reiterado su intención de volverlo a repetir, y Sánchez ha digerido sin inmutarse el sapo de la infamia y ha concedido los indultos sin poder esgrimir ningún criterio político con legitimidad moral. Su apego enfermizo al sillón y a su paraíso monclovita ha prevalecido sobre la opinión del 70 por ciento de los ciudadanos, sobre la justicia, la equidad, la ley y el espíritu democrático. Y es que sin indultos no hay paraíso.