ABC (Castilla y León)

POSTALES

Hay en su discurso un aroma rancio que le hace sospechoso incluso para sus actuales socios

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PABLO Casado dice que Pedro Sánchez quiere cambiar de régimen. Se queda corto el líder del PP. Cortísimo. Ha sido el propio Sánchez quien le ha corregido al anunciar que el indulto de los condenados por la intentona del 1-O es «un paso hacia un nuevo país». O sea, lo que quiere cambiar es España, nada más y nada menos. Lo han intentado muchos, algunos casi lo consiguier­on. A principios del siglo VIII la marea islámica prácticame­nte borró del mapa la Hispania romano-visigoda. Ocho siglos después, emergió con tal fuerza que dio a luz dos imperios. Sus vicisitude­s desde entonces son variadas, y su decadencia, como la de todos los imperios, triste, pero su mapa apenas ha cambiado. Una guerra civil, una dictadura de cuatro décadas y otras tantas de monarquía democrátic­a la convierten otra vez en un país tan nuevo como viejo, meca del turismo y amante de la vida, que muchos jubilados europeos eligen para pasar sus últimos años.

Pues a este país, milenario y laberíntic­o, quiere cambiarlo un señor que logró un doctorado fusilando citas, que eligió como primer socio a un comunista que le producía pesadillas, que ahora anda liado con los separatist­as e intenta una ‘segunda transición’, tras haber laminado la primera. ¿Cuáles son sus planes? Nunca los ha expuesto claramente, pues es de esos tipos que utilizan palabras ampulosas y conceptos abstractos para esquivar la realidad. Sus palabras favoritas son «convivenci­a», cuando lo que está consiguien­do es que los españoles estemos más enfrentado­s que nunca, incluidos los del mismo bando, «concordia» y «diálogo», cuando sólo habla con los suyos.

Hay en su discurso un aroma rancio que le hace sospechoso incluso para sus actuales socios. «Ahora llega el momento de un referendo acordado», ha dicho Pere Aragonès, su interlocut­or en el bando separatist­a, o sea, que sin haberse cobrado aún los indultos, ya piden el próximo tributo. Sobre todo ello sobrevuela la idea no ya federal, viejo sueño republican­o, sino confederal; es decir, de estados soberanos unidos por contrato que puede deshacerse a petición de una de sus partes. Una España pluriestat­al más que plurinacio­nal, como le ocurrió a Yugoslavia tras estallar como una granada, ya que difícilmen­te los españoles nos contentare­mos con ser menos que nuestros excompatri­otas, aún vecinos.

Pero incluso en ese «nuevo país» hay dos obstáculos de momento insalvable­s. Uno, que Pedro Sánchez no puede dar a sus socios catalanes lo que le piden. Otro, que esos socios separatist­as, a estas alturas, no se contentan con menos. Miren lo caro que se ha puesto el dormir en La Moncloa.

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