EL CENTRO TAMBIÉN SE CONVIERTE EN UNA ESCUELA DE PADRES, QUE ACUDEN A TERAPIA UNA VEZ CADA TRES SEMANAS
de nuestra función es que los padres recuperen el poder perdido. Tiene que haber una transmisión del poder de nosotros a ellos, la corrección educativa tiene que estar en ellos, no en llamarnos», explica.
En esta casa no se habla de culpables, sino de corresponsabilidad y en el otro lado de esta balanza están los padres. Es por esto que «tienen que remangarse y venir aquí a trabajar en terapia». A veces quieren que le cambien al niño, pero hay que hacer que su demanda gire hacia lo que de verdad importa. La solución va por otros derroteros y tienen que asumirlo. Los cambios de actitud deben venir de ambos extremos de la relación: de los hijos y de los padres. Ellos también sufren un proceso de reeducación en relaciones intrafamiliares. Es un aprendizaje en paralelo.
Es por ello que los profesionales y tener secretos. Pero hay padres a los que les cuesta asimilarlo».
En este sentido, Neyra reflexiona sobre los estilos parentales de los padres actuales: «Se educa en ausencia de responsabilidades, la felicidad por encima de las obligaciones, se crean adolescentes con un nivel de respuesta a la frustración bajísimo y que ponen el foco del origen de sus problemas en el exterior». Además, apunta que ellos, los adolescentes, «no son responsables de nada de lo que ocurre, tienen muchos derechos y ninguna obligación».
Al hilo de esto, pone el foco en la sociedad actual y su efecto en los adolescentes. «Por el horario de los progenitores en el trabajo y por el poco poder que se le está dando a la escuela, ¿quién da el marco de valores a los jóvenes?», se pregunta. La respuesta: «La tele y los videojuegos. Parece tópico pero es una realidad». José Ángel Neyra, ahondando en esto, explica que ahora «los padres no están en casa y cuando llegan de trabajar no dedican la atención que requieren los niños». Y es normal. Por ende, la suma de todos estos factores «genera futuros adultos con bastantes carencias, inadaptados a la vida de adultos». Tienen miedo a salir. Los mismos que puede tener un joven cuando termina la carrera universitaria. «Cuando entran aquí no tienen miedo a nada y una percepción equivocada de la vida», según el director, quien recuerda como característica común en todos los chavales que llegan al centro que, en periodos previos al ingres, cambiaron de grupo de amigos. Al salir, toman conciencia de la importancia de las amistades y trabajan para recuperar las más sanas. «Tienen interiorizado que esos amigos no les llevan a nada».
Y en todo este proceso es clave el perdón mutuo, como «única salida a la violencia», quizás por influencia de las palabras de San Juan Pablo II, que da nombre a la parroquia donde se ubica esta casa.