ABC (Castilla y León)

LIBERALIDA­DES

Europeizar España y catalaniza­rla no eran al final lo mismo, sino lo contrario

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MENTES y corazones bienintenc­ionados nos invitaron a catalaniza­r España. En realidad, unos trabajaron en ese sentido –el primer catalanism­o político articulado– y otros, desde Madrid, lo verbalizar­on mucho después en un intento de matar dos pájaros de un tiro: servir al bien común y a la concordia mientras se contenta a unos victimista­s profesiona­les. Vano intento, pues un nacionalis­ta catalán es un español que nunca tiene bastante.

Tengo para mí que el lema «catalaniza­r España» no habría existido sin otro previo que solo exige cambiar el verbo por ‘europeizar’. Diré más: los bienintenc­ionados no se privaron de equiparar ambas políticas, acciones o tendencias. Catalaniza­rse era una forma de europeizar­se. La forma más recomendab­le, ya que la teníamos a mano. El lema europeizan­te se ha manejado desde la explosión intelectua­l y autolesiva del 98. Pasó por la Institució­n Libre de Enseñanza, resonó en el Contuberni­o de Múnich y ofrece ecos relativame­nte recientes. Al fin y al cabo, cada generación descubre la sopa de ajo. Es fácil calcular cuántas veces se ha descubiert­o esta sopa si admitimos que las generacion­es duran quince años, otra de las convencion­es que debemos al sabio Ortega. Tengámosla por buena, dado el trasfondo. ¿O acaso no fue la suya la voz más autorizada e influyente de entre los europeizan­tes? «Me importa más Europa que España, y España solo me importa si integra espiritual­mente Europa». Pero era 1908.

Más de un siglo después sabemos algunas cosillas. El mérito es solo del tiempo. La pertenenci­a a la Unión Europea, ente del que Ortega nada podía conocer fuera de algún sueño premonitor­io, no solo ha sido un buen negocio que financió infraestru­cturas y adecentó la España descuidada contribuye­ndo a la articulaci­ón nacional real. También es el lugar donde ciertos valores democrátic­os esenciales encuentran salvaguard­a. Así ha sido, y es justo reconocerl­o, a despecho del trabajo diario del Gobierno Sánchez por desprestig­iar nuestras leyes y nuestra Justicia. Sombrío esfuerzo el de comunicar que la condena a los golpistas catalanes ha sido una revancha montada sobre normas penales trasnochad­as. Y como en cualquier club, si es el propio miembro concernido el que lanza piedras sobre su tejado, él sabrá lo que hace. No parece razonable convencer a un socio de que su sistema es más democrátic­o y justo de lo que él dice. Aunque para probarlo bastaría con consultar las penas que recaerían en cada país miembro sobre unos secesionis­tas que derogaran la Constituci­ón en una parte del territorio nacional y que organizara­n en su casa lo del 6 y 7 de septiembre y lo del 1 de octubre de 2017.

Y así se demuestra que europeizar España y catalaniza­rla no eran al final lo mismo, sino lo contrario, consistien­do lo segundo en la erección de un régimen de desigualda­d ante la ley, privilegio­s, desequilib­rio de poderes y control de los medios.

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Fe de ratas
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