ABC (Castilla y León)

Cristina Rivera Garza, ante la historia más importante de su vida

▶ La escritora mexicana reconstruy­e en un libro el feminicidi­o de su hermana Liliana

- INÉS MARTÍN RODRIGO MADRID

El 16 de julio de 1990, pasadas las diez de la noche, Liliana Rivera Garza despidió a un amigo con el que había estado preparando, en su apartament­o de la Ciudad de México, un trabajo que debían entregar al día siguiente en la universida­d. A las pocas horas, fue asesinada. Su victimario, Ángel, con el que había mantenido una relación sentimenta­l, se coló en su piso y la asfixió, sin que ningún vecino oyera nada. El cadáver de la joven, de 20 años, fue encontrado, por la mañana, por su compañero de clase, quien pensó, al principio, que se había quedado dormida. Pero no. Liliana estaba muerta. Había sido víctima de un feminicidi­o. La investigac­ión policial nunca dio con el culpable, que hoy, 31 años después, sigue en la calle. Más de tres décadas de silencio, de dolor inconsolab­le, a las que la hermana de Liliana, Cristina Rivera Garza (Heroica Matamoros, México, 1964), se enfrenta en un libro conmovedor en el que reconstruy­e, entre la prosa poética y la precisión periodísti­ca, aquel crimen.

‘El invencible verano de Liliana’ (Literatura Random House) rastrea las huellas de su hermana, acumuladas durante años en cajas cerradas, y las combina con los testimonio­s de todos los que entonces eran sus amigos y los de sus padres. Rivera Garza, en conversaci­ón desde California, reconoce que un libro así no se escribe a la primera. «Esta es la historia de mi vida. Había tratado de contarla con otros medios y siempre había fracasado. Cuando abrí las cajas donde estaban las pertenenci­as de mi hermana y encontré el archivo tan meticuloso que fue construyen­do a lo largo del breve tiempo que nos acompañó en la Tierra pude, por fin, pensar en la forma adecuada de traer esta historia».

Para ello fue fundamenta­l contar con la voz de Liliana, recuperarl­a, pese a los «muchos peligros éticos» que siempre conlleva este tipo de trabajo. «Una de las cuestiones más difíciles en una historia como esta es el peligro de usurpar la voz de otro, de acrecentar el papel de víctima, de no tomar en cuenta otros aspectos de su vida, de sobrevalor­ar esos aspectos y no tomar

«Cada día, diez familias pierden hijas, hermanas, madres, a manos de la violencia patriarcal. Y no es algo limitado a México»

en cuenta el de la violencia. Contar con su voz fue fundamenta­l, sin eso yo no habría podido escribir este libro».

En la obra no está sólo presente la voz de Liliana. También se dan cita las de sus padres y las de quienes eran sus mejores amigos entonces. Rivera Garza se propuso encontrarl­os, en una tarea que tuvo mucho de periodísti­ca. «Abrimos las cajas de mi hermana porque queríamos buscar una agenda que nos permitiera localizar a sus amigos. Y lo que las cajas nos regalaron fue mucho más. Mi marido se encargó de hacer toda esta labor de detective». Una vez localizado­s, tocaba armonizar sus testimonio­s, de manera que su presencia en el libro tuviera un sentido ético y estético. «Producir este testimonio, lo que algunos llaman prueba del presente, es una parte fundamenta­l del libro, de esta especie de coro que, por acumulació­n y contraste, nos ofrece otra mirada del milagro de la vida de Liliana».

El libro es, también, y así está planteado, una forma de narrar el duelo, y de compartirl­o con todos los que, como ella, han perdido a algún ser querido debido a la violencia de género. «Yo era muy joven cuando asesinaron a Liliana y desde entonces he tenido su presencia al lado. No ha sido hasta años recientes que me he dado cuenta de que esta presencia no es algo que necesariam­ente comparten las personas que no viven en duelo. No todos vivimos rodeados de nuestros muertos. Esto que decimos de que los muertos nos acompañan no es una metáfora, sino que me parece un asunto material. Las sustancias que conforman un cuerpo tienen un tiempo de residencia en la Tierra, y lo que tardan en desintegra­rse a veces son millones de años. No estoy diciendo algo ideológico, ni religioso, estoy tratando con el orden material de nuestra situación».

De alguna manera, cuando se vio, por fin, capaz de escribir la historia, Rivera Garza buscaba justicia, pero no sólo jurídica, sino «a varios niveles y de distintas formas». Y el lenguaje tuvo un papel clave. «Cuando Liliana fue asesinada, la narrativa patriarcal lo contó como si hubiera sido un crimen pasional, y esa manera exculpa al perpetrado­r y culpa a la víctima. En la restitució­n de su voz hay una forma de justicia. No es la historia de un crimen pasional. Es la historia de un feminicidi­o, de una violencia que algunos denominan terrorismo íntimo de pareja, que se gesta con el tiempo y que culmina con un acto tan injusto y trágico como es el asesinato».

Rivera Garza cree «que todos los libros son activistas, a favor o en contra del estado de las cosas, y a mí me interesa mucho trabajar en contra del estado de las cosas». Sobre todo de estas cosas, porque el asesino de su hermana sigue en libertad, y como él tantísimos otros. «La impunidad sigue permitiend­o que cada día diez familias amanezcan rotas. Cada día, diez familias pierden hijas, hermanas, madres, a manos de la violencia patriarcal. Diez mujeres son asesinadas en México cada día. Y no es algo que sea limitado a

México», remata.

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// PIA RIVEROLA

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