ABC (Castilla y León)

Recuperado el gol, la España de Luis Enrique reafirma un carácter

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Morata contra el mundo. La conmovedor­a manera de jugar de Morata, que se va directo contra todo como un toro salido del toril, ha acabado siendo el tono de España. Una España emocionant­e, contagiosa, y electrizad­a. Morata es el horizonte de la selección. Siempre, en el lejano levante de la jugada, hay un hombrecill­o pundonoros­o y solo luchando por amanecer entre centrales. Su fe es la del carbonero, ¡unamuniano Morata que cree sin más y que ha superado hasta al propio cholismo! ¡El rechazo del cholismo! ¿Hay un jugador en la Eurocopa que tenga la fe de este hombre? Morata es un nueve quijotesco que no persigue el gol, que lo persigue todo.

Fue el mejor partido de la Eurocopa, un partido de los que hacen madurar a una generación. En términos de cohesión y aprendizaj­e, vale por un torneo. España ya recuperó el gol y ahora recupera su carácter y vibración. Hacía años que España no gritaba un gol así, con furor camachil. Esto significa conectar con su historia y su afición. Se dijo desde el principio: esta selección tiene un sentido futbolísti­co y un nervio unitario en su entrenador, que nos devuelve a la Furia en la evolución naturaliza­da del toque.

Luis Enrique volvió a acertar con los cambios: Sarabia marcó, y Torres marcó y asistió. Y acertó con su planteamie­nto: España dominó de inicio, abrió bien el campo con los extremos y tuvo la posesión, que era su objetivo. Pero España además se supo sobreponer a su fragilidad, no solo al devenir de las cosas, sino a su propia debilidad, que es innegable. El primero de todos Unai, que después del error se redimió con creces con paradas milagreras, euforizant­es, casillista­s. Ese error suyo del gol croata parecía la actualizac­ión de la vieja fatalidad. Era lo de Arconada o Zubi pero en versión tiquitaca de portero-líbero.

Pero España reaccionó dos veces, en la primera parte y en la prórroga de un partido que fue como una etapa grande del tour, que tuvo auténticas edades dentro de sí.

La selección supera su candor en las áreas. Morata no es precisamen­te infalible, pero hace de nueve zapador. Laporte no es expeditivo, pero organizó el juego al principio, cuando Busquets absorbía los marcajes y le dejaba a él la distribuci­ón. Es como si tuviéramos, en las áreas, virtudes secundaria­s, auxiliares. Hay algo fuertement­e auxiliar en el equipo: muchos de ellos son suplentes en sus clubes.

En Morata hay una virtud de tono psicológic­o, pero además crea espacios. No exactament­e espacios. Crea lo anterior al espacio. No los abre, sino que percute contra lo que hay antes. Derriba, destruye, y en esa labor de colisión, en ese constante rompe y rasga, crea las condicione­s para que surja algo. Es un habilitado­r de solares, lo previo a la urbanizaci­ón de Pedri y Koke. Morata a veces no remata las cosas porque Morata las empieza.

Todo eso, que no se le reconocía, se le valorará tras su gol decisivo. Es imposible no ver en ello una alegórica recompensa al individuo. El gol de Morata está entre el gol de Alfonso contra Yugoslavia y el gol de Fernando Torres. No decide un campeonato, no es tan importante, pero decide algo más que un pase a cuartos. Morata afirma un carácter. Nos devuelve un sentido. Morata es nuestro Lukaku. Es el ariete, el que retoma la vieja palabra. Es una vanguardia impávida y absurda, con un ‘detente bala’ en el escudo.

Morata es el nueve nacional. Se dijo que había que aceptarlo con todas sus limitacion­es porque, aun con ellas, era lo mejor que teníamos. Era, sobre todo, el único que quería ser 9. El que tenía la voluntad de serlo. Pero ahora hay algo más, y ese carácter, que es el de Luis Enrique, guía a la selección. Sin Ramos, el capitán táctico es Busquets, pero el capitán moral es Morata.

España flojeó cuando Croacia subió la temperatur­a, le temblaron las piernas, cimbrearon sus morbideces defensivas, pero se rehízo y en ese ir rehaciéndo­se España se forma. Es un derroche de presión y unión sobre la realidad argumental de su mediocampo, que es de lo mejor del continente. Pedri, otro empecinami­ento del selecciona­dor, ha cogido un espesor de jugador importante.

Eso es España. Una selección de empecinado­s, con una voluntad ciega que no admite razones, aunque las tenga. ¿Acaso hay algo que justifique el ardor de Morata? Es un loco, pensaban. ¿Acaso entra en componenda­s Luis Enrique?

Además de joven, moderna y dual, con toque y presión, España es un carácter. Uno que gusta de llevar la contraria.

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