ABC (Castilla y León)

Ignacio Doñoro Una voz para los tresciento­s niños rotos del Amazonas

▶ Si recuerda que se hizo pasar por traficante de órganos para salvar la vida de un joven por 25 dólares, le castañean los dientes. Pero el candidato al Princesa de Asturias desterró el miedo y lo ha suplido con el amor que dan los parias Este capellán mi

- ÉRIKA MONTAÑÉS

l es el padre de los parias desterrado­s en la selva peruana. Ignacio María Doñoro de los Ríos (Bilbao, 1964) vaga desde hace un mes por España y asegura que le resquebraj­a decir que «aquí no ve felicidad por ninguna parte». Venido de la región de San Martín, jalonada por el Amazonas, donde la vida «apenas vale nada» por la expansión de los conflictos domésticos y el narcotráfi­co, el padre Doñoro no advierte tamañas banalidade­s como las que estos días dividen a la juventud española. «¡Se enfadan porque les impiden hacer un botellón!», exclama, zaherido. Allí, las heridas paralizan los cuerpos de los chiquillos que llegan al Hogar Nazaret, fundado por este capellán militar hace ahora diez años. En las casas escuela de Bellavista y Carhuapoma, a los pequeños no se les juzga, se les rescata, mima, enseña y, lo menos anodino, se les restituye la identidad.

El pasado año, en plena guerra sin cuartel contra el Covid, cuando los niños huérfanos, impedidos o entregados daban una lección más al hacer de «cuidadores de las cuidadoras» y enseñaban al padre Doñoro «con extraordin­aria resilienci­a» que cada día hay que reaprender el valor de la sola respiració­n, este bilbaíno de vida castrense, curtido en Kosovo, Bosnia, Mozambique y Tánger, se aferró a la escritura de ‘El fuego de María’ (Editorial Nueva Eva). Él pensó que su obra nunca vería la luz, pero se ha convertido en pocos meses en un grito en defensa de los niños vulnerable­s, víctimas de la trata, la prostituci­ón y los ataques armados y le ha valido ser preselecci­onado para el premio Princesa de Asturias de la Concordia, que se falla mañana.

El hilo conductor de las vidas de los niños acogidos en el Hogar Nazaret es su extrema pobreza, que en conversaci­ón con ABC el padre Doñoro nunca aparta a un lado. «Ganar el premio significa poder comer porque el hogar se hace con los donativos. Saber valorar un plato de arroz y comprar un poco de harina da sentido a la honrosa labor de mendigar», afirma. «La vida es muy corta como para no ser feliz. No la malgastes siendo tan materialis­ta», reza en su charla el padre Doñoro, que pidió una excedencia de sus labores en la Guardia Civil para seguir el mandato del cardenal Robert Sarah, próximo a Benedicto XVI, de que debía trasladar su veta solidaria hasta el corazón de la Amazonía peruana.

Insiste: «Perú no es el África», pero hay que conocer esas regiones, de difícil acceso y con los tentáculos del narcotráfi­co fortalecid­os, para saber a qué atenerse. En las escuelas del Hogar Nazaret los niños se desarrolla­n sin mirar con rencor al pasado. «Quien levanta una obra así en medio del Amazonas no puede ser esclavo del miedo, sino del amor», reseñan conocedore­s del legado de este párroco vasco al que aún le castañean los dientes si recuerda cómo tuvo que hacerse pasar por un traficante de órganos para salvar la vida del joven Manuel por un puñado de dólares en El Salvador. Después de fajarse tres veces con la enfermedad del dengue, lamenta cómo el Covid quiso poner contra las cuerdas al hogar, pero no pudo con esos niños que llegan como ‘entenados’ (hijastros), hijos del basurero, «repudiados por la sociedad», describe. Doñoro recibe entre lágrimas sus llamadas cuando ya son ingenieros o terapeutas adultos. No ve el momento de volver junto a ellos, afirma con voz gutural. A varias horas de Lima, le esperan sus 300 hijos. En los años de plomo de ETA, en el cuartel de Inchaurron­do donde estaba destinado, abrazaba a las viudas y huérfanos de guardias civiles asesinados con la garganta rota por el dolor. Ahora su voz da aliento a los niños rotos del Amazonas.

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