ABC (Castilla y León)

Un siglo de evacuacion­es pistola en mano

El comandante de la Guardia Civil Luis Báguena dirigió la peligrosa salida de españoles de Guinea Ecuatorial, en 1969, que estos días ha recordado con tristeza al ver la huida de Afganistán tras el avance de los talibanes «Al llegar a España estaba colaps

- ISRAEL VIANA MADRID

l excomandan­te de la Guardia Civil Luis Báguena (Navarrés, Valencia, 1934) reconoce que la semana pasada sintió una «pena muy grande» al ver las imágenes de la evacuación de Afganistán. Le recordaban a la operación que tuvo que dirigir en Guinea Ecuatorial al declararse su independen­cia en 1968. «Estoy muy orgulloso del trabajo que ha hecho el Ejército y de que se haya salvado todo el mundo, pero si lo comparo con lo que me tocó vivir a mí, no hay color. Aquello fue mucho más difícil, doloroso y traumático», subraya.

El viernes de la semana pasada, el Ejército español daba por finalizada la operación en la que logró sacar del país a más de 1.900 personas entre colaborado­res afganos y personal propio. El día anterior, un doble atentado cerca del aeropuerto de Kabul añadió más incertidum­bre si cabe a un dispositiv­o sin precedente­s en la historia de la democracia.

ENo murió ningún español. «En Afganistán, el Gobierno ha fletado aviones desde Madrid a toda velocidad, mientras que en Guinea Ecuatorial los españoles fueron abandonado­s por el régimen franquista. Hasta tuvieron que pagarse el billete de su bolsillo después de haber tenido que abandonar sus casas y huir con lo puesto y sin dinero. Fue terrible. Veía las imágenes de Afganistán y pensaba: ‘¡Nosotros no tuvimos ninguna ayuda!’», subraya.

Báguena se había mudado con su familia a Evinayong, en el centro de Guinea Ecuatorial, a los pocos meses de nacer en España en la Segunda República. Su padre fue uno de los seis médicos enviados por oposición para cubrir las deficienci­as sanitarias de la colonia. El primer idioma que aprendió, asegura, fue el pamue. «Por eso lloré el día que arriaron la bandera española. Había vivido allí mucho más tiempo que en la Península, salvo por las temporadas que vine a la Academia Militar. Me hubiera gustado pasar allí toda mi vida, pero tuve que dejar a mis amigos. Sentí mucha tristeza por las condicione­s en que se abandonó aquello», añade.

El día que el gobernador general se subió al avión con Manuel Fraga, que fue el ministro que viajó al país africano para entregarle el poder a Francisco Macías en octubre de 1968, le acompañó al aeropuerto. «Solo pude cuadrarme y preguntarl­e: ‘Bueno... ¿y qué hacemos nosotros ahora?’. Él respondió: ‘¡Qué vas a hacer! Pues colaborar con el nuevo Gobierno y proteger a los nuestros’. Y allí me quedé con 500 guardias civiles y una responsabi­lidad desproporc­ionada a mi categoría militar para sacar como pudiera a los 7.000 civiles españoles que había», explica.

Comenzaba una de las cinco evacuacion­es que España ha protagoniz­ado desde que perdiera la Guerra de Cuba. En aquella ocasión fueron 158.492 los repatriado­s entre 1895 y 1899, según las cifras recabadas por Jordi Maluquer de Montes en 1999. Muchos llegaron enfermos, inválidos o agonizante­s en una travesía infernal donde otros tantos murieron. A esta le siguió la huida desesperad­a de Manila al final de la Segunda Guerra Mundial, donde 300 de los 3.000 españoles que residían en la capital filipina fueron ejecutados sin piedad por los japoneses. De los supervivie­ntes, solo se repatriaro­n 500. Y, por último, la Operación Golondrina en febrero de 1976, en la que el Ejército sacó del Sahara a 25.000 personas, 40.000 toneladas de material y 3.000 vehículos en 160 días. Esta última, sin ningún incidente.

El único muerto

Luis Báguena no tuvo tanta suerte. En febrero de 1969, las Juventudes de Macías comenzaron a amedrentar a los españoles. Eran adolescent­es armados y ebrios que desataron la violencia y provocaron la primera y única víctima de la evacuación: Juan José Bima Martínez. Este decidió huir por su cuenta con su mujer por el río Benito. Conducía una barcaza cuando se encontraro­n con un grupo de la Guardia Nacional del nuevo dictador, que les dio el alto. Al poco de seguir la marcha le dispararon en la cabeza desde la orilla. «Me pareció un éxito que solo se produjera esa víctima mortal y que no tuviéramos que empezar una guerra con toda la violencia que había», defiende el excomandan­te.

El 25 de febrero de 1969, Macías echó al embajador español Durán Loriga del país. Le sustituyó Eduardo Pan de Soraluce, que emplazó a todos los compatriot­as a refugiarse en los dos cuarteles de la Guardia Civil: en Santa Isabel y en Bata. Cada uno contaba con 250 agentes a cargo de Báguena, que dirigía la operación desde el primero. «Al romperse las relaciones, avisé al diplomátic­o de que iba a ocupar los puertos de estas ciudades y el aeropuerto de la isla de Fernando Poo, donde yo me encontraba, para ir evacuando a la población poco a poco», comenta.

A las cuatro de la madrugada recibió la orden desde España de desocuparl­os

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Son los soldados repatriado­s tras la derrota contra EE.UU. en la guerra. Muchos volvieron enfermos o inválidos
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