ABC (Castilla y León)

Un amargo despertar tras el sueño americano

Jóvenes intérprete­s que se jugaron la vida ayudando a las Fuerzas Armadas norteameri­canas tratan ahora desesperad­amente de sacar a sus familias de un país que Estados Unidos ha entregado de nuevo a los talibanes «Los vemos y los tratamos como iguales a no

- DAVID ALANDETE CORRESPONS­AL EN WASHINGTON

gha vive con la angustia de recibir una llamada desde Afganistán anunciándo­le la muerte de alguno de sus hermanos. Sabe, según cuenta a ABC, que por haber sido él mismo intérprete y asesor cultural del Ejército de EE.UU. hace una década, sus cuatro hermanos y hermanas están en la mirilla de los talibanes en Kandahar. «Ya han ido por allí, preguntand­o quién trabajó con la coalición, con los gobiernos extranjero­s, y tienen una lista de gente

Aa la que pueden matar cuando quieran, porque ahora tienen el poder, y ya los han amenazado varias veces», dice Agha, que pide que se use solo el apodo que le dieron los soldados norteameri­canos con los que trabajó codo con codo entre 2010 y 2011, y que le ayudaron a emigrar a Texas como refugiado. El drama de la familia de Agha es común en Afganistán. Desde que comenzó la retirada, EE.UU. y sus aliados evacuaron a 124.000 personas, de las que la inmensa mayoría eran ciudadanos afganos. Unos 63.000 están ahora en bases militares aliadas a la espera de poder emigrar formalment­e a EE.UU. como refugiados. La organizaci­ón humanitari­a Internatio­nal Rescue Committee mantiene, tras analizar las cifras oficiales, que desde 2001 más de 300.000 civiles afganos han ayudado a las Fuerzas de EE.UU. y por tanto tienen derecho a solicitar un visado especial como asilados. Más de 200.000 quedaron a su suerte en Afganistán cuando EE.UU. completó la retirada el 30 de agosto.

Y no sólo son esos civiles quienes están ahora a merced de las represalia­s de los talibanes, sino también sus familiares y los de aquellos que han logrado

emigrar, como Agha. A este joven, que se jugó la vida trabajando para las fuerzas extranjera­s de Holanda y Francia antes que las de EE.UU., le duele especialme­nte el abandono a los afganos. Él vio a otros intérprete­s morir en 2010 ante sus ojos, en un ataque en la provincia de Uruzgan, y vivió con el trauma de saber que había balas con su nombre en ellas. En 2011, a los 23, Agha dejó de trabajar para el Ejército y estudió, con la idea de emigrar. Los soldados le ayudaron a pedir un visado, lo que hizo en 2014. Sólo logró el permiso hace un año. Pensaba entonces que EE.UU. seguiría apuntaland­o la democracia en su país.

«Cuando los políticos tomaron esas decisiones, ¿por qué no pensaron en toda esta generación que ha sacrificad­o tanto, que creyó en lo que le prometiero­n, y que ahora descubre que no hay futuro, no hay esperanza? Estoy realmente confundido. Es un fracaso tan abrumador que no lo puedo describir, y no paro de pensar que por mi trabajo hay balas con el nombre de mi familia en ellas», dice Agha, que trabaja en un supermerca­do y se está sacando el carné para ser conductor de reparto.

La burocracia estadounid­ense es lenta, sobre todo en asuntos consulares. Y hay políticos, sobre todo republican­os,

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// ABC Agha, con un soldado estadounid­ense cuando hacía de intéprete en Afganistán
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