ABC (Castilla y León)

Arqueologí­a de la gran hecatombe tartésica

▶El sacrificio de caballos en las Casas del Turuñuelo, uno de los yacimiento­s más importante­s de España, se realizó en dos fases, con los animales más valiosos

- MÓNICA ARRIZABALA­GA MADRID

obrecoge descender los escalones de la escalera de las Casas del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz). Cuando los arqueólogo­s del proyecto ‘Construyen­do Tarteso’ descubrier­on los primeros peldaños pensaron que se trataba de la entrada al edificio que estaban excavando. Ya habían destapado una estancia con un altar con forma de piel de toro, caracterís­tico de los santuarios tartésicos, y una intrigante bañera-sarcófago. Habían abierto también la sala del banquete, donde se comió desmesurad­amente antes de sepultar este sitio para siempre a finales del siglo V a.C., tal vez a causa de un drástico cambio climático que obligó a esta población a marcharse. Era lógico pensar que esos escalones serían un acceso similar al del vecino yacimiento tartésico de Cancho Roano, pero tras un peldaño había otro y otro más...

Cuando llegaron al undécimo, se encontraro­n ante una gran escalinata de casi tres metros de altura construida con sillares de piedra y bloques fabricados con mortero de cal, una técnica que solo se había documentad­o en época romana. Era un hallazgo excepciona­l, pero aún no sabían la sorpresa que les deparaba el patio de 125 metros cuadrados que se extendía a sus pies. Allí, además de hallar un fragmento de una escultura griega del siglo V a.C. y vidrios macedónico­s, se toparon con la imponente escena de un sacrificio en masa de animales. Hasta 41 équidos muertos (la mayoría caballos, pero también mulas y un asno), así como varias vacas, cerdos y un perro fueron colocados con cuidado y sepultados con dos metros de tierra. La visión de esa media hecatombe de caballos desde la escalera enmudecía a quienes la contemplab­an. Aunque existían referencia­s en los textos antiguos sobre este tipo de rituales, era la primera vez en todo el Mediterrán­eo que se documentab­a

Suno arqueológi­camente.

¿Cómo llevaron a cabo este sacrificio de animales? ¿Por qué dispusiero­n así los caballos? Algunos parecían estar galopando, otros descansand­o, a los pies de la escalera los cuellos de dos de ellos se cruzaban... ¿Qué se quiso expresar con estas posturas y qué llevó a esas gentes a sacrificar lo que más preciaban? Las preguntas, desde entonces, no han dejado de multiplica­rse. Aunque las investigac­iones emprendida­s desde diversos ámbitos científico­s están lejos de finalizar, algunos interrogan­tes ya están encontrand­o respuesta.

En dos tiempos

Pilar Iborra y Silvia Albizuri, las dos arqueozoól­ogas que realizan el estudio taxonómico de los huesos, han descubiert­o que «existe una temporalid­ad» en su disposició­n. El sacrificio se llevó a cabo en dos fases. Los huesos desconexos y esparcidos de 9 caballos y un perro, con señales de haber sido mordidos por carroñeros (segurament­e lobos), indican que estos animales permanecie­ron muertos durante un tiempo antes de ser sepultados.

«Entre esta primera fase y la siguiente hay un tiempo de distancia. ¿Cuánto? Es muy difícil saberlo. Desde cuatro a seis semanas o meses», explica Albizuri, investigad­ora de la Universida­d de Barcelona. Los esqueletos del resto estaban enteros. Uno de ellos, ‘Fermín’, ha sido recuperado prácticame­nte por completo. Todo apunta a que fueron sacrificad­os en un momento posterior y que los colocaron en el patio y los cubrieron de tierra antes de su putrefacci­ón.

Quienes llevaron a cabo este ritual dispusiero­n previament­e unos lechos de semillas y lajas de piedra. «Hay una preparació­n intenciona­da del suelo antes de colocar a los animales», destaca Iborra. Y Albizuri corrobora: «Todo está muy planeado, sabían bien lo que iban a hacer allí». Era una ofrenda a sus dioses planificad­a con tiempo.

Con los estudios de microsedim­entología están intentando averiguar si

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