ABC (Castilla y León)

Dejad que los Summers se acerquen a mí

- GUILLERMO GARABITO

o mejor del verano es cuando empieza y las mañanas te abren los ojos de par en par. Lo mejor que te puede pasar si te apellidas Summers y vives en un verano permanente es que esos ojos se llamen Cristina y hablen español con acento de Brooklyn. Ella es la chica que no se fue con un niño pijo y andaba esperando el otoño en el ‘Radio City Music Hall’.

Él está enamorado como si un niño bien acabara de montar un grupo con los colegas sin la menor sospecha de

Lque el mundo entero acabará un día a sus pies. Y así vienen a La Mudarra, con la humildad que solo puede darte el éxito rotundo. Vienen antes de un concierto del mismo modo que los columnista­s huimos con el primero que nos lo pida solo para escapar de la columna. Los toreros tienen sus ritos y nosotros tenemos el nuestro, que consiste en simular que después no hubiese que trabajar y ni siquiera respirar. Porque la vida se trata de ir domeñando la presión, se dedique uno a lo que se dedique. En los muelles de Brooklyn o en los de los Torozos.

David Summers es el tipo que más ha hecho por la reconcilia­ción de las dos Españas. Es la reconcilia­ción de diario –de la anterior se encargaron nuestros abuelos–, pero Summers y ‘Los Hombres G’ han fraguado la reconcilia­ción de padres con hijos, de novios y novias y de éstas con sus ex, cuando de fondo suena ‘Venecia’ o ‘Las chicas cocodrilo’, que es el ‘Lacoste’ antes de Tangana. Son el nexo entre dos generacion­es, casi tres. La banda sonora de mis padres, una de esas cintas que sonaban en el coche cuando yo era niño y ellos tenían un ‘Lancia’ en miniatura y España era otra: menos rica, menos dogmática, pero más libre, por canalla. Los ‘Hombres G’ son ese grupo con el que después nos íbamos de fiesta nosotros y con el que ahora salen mis hermanos pequeños. Por los temas de ‘Hombres G’ se puede vertebrar España mejor de lo que lo hará nunca el tren de Alta Velocidad.

Son el retrato de un tío lejano colgado en una pared que siempre estuvo allí, una asignatura troncal de nuestra educación sentimenta­l, la lección necesaria que consiste en saber que la chica guapa siempre se iría con otro – con jersey amarillo o sin él–. Y entonces uno se da cuenta de que cuanto más famoso y afamado el tipo, más normal y más simpático. La fama de Hollywood es para estrellas que no llegarán.

David cuenta que su padre se disfrazaba de torero y a punto estuvo de hacerlo de cardenal. Calculo que él hace lo mismo, pero disfrazado de tipo normal, como si no llevara haciendo cantar a toda España dos siglos. Como dice Daniel, su hijo: «Papá, el siglo XXI es una mierda». Y tiene toda la razón, pero a veces merece tanto la pena…

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