ABC (Castilla y León)

En el caso de Sonia Iglesias el secreto se fue a la tumba

La vieja guardia del Departamen­to de Homicidios tiene una «espina clavada»: la desaparici­ón en 2010 de la joven pontevedre­sa. En su último libro, Cruz Morcillo, periodista de ABC, homenajea a los veteranos policías Su novio, único sospechoso, murió sin de

- JESÚS HIERRO SANTIAGO

uando en 2016 la inspectora Carmen Pastor colgaba el uniforme tras una brillante carrera al frente de la sección central de Homicidios y Desapareci­dos de la Policía Nacional, lo hizo sin haberse podido sacar dos «espinas». Dos casos que, pese a su empeño y al de su equipo, y a las horas sin dormir, nunca pudieron resolverse: el de Jonathan Vega, el niño cuyos restos apareciero­n en el año 2000 en un descampado de Fuenlabrad­a sin esclarecer­se las circunstan­cias de su muerte; y el de Sonia Iglesias, la joven pontevedre­sa desapareci­da en 2010, cuyo cadáver nunca llegó a encontrars­e. «Volvería a trabajar si supiera que podemos resolverlo­s», explica, sin dudar, la veterana inspectora.

Carmen forma parte de la vieja guardia de investigad­ores a quienes la periodista de ABC Cruz Morcillo homenajea en su último libro, ‘Departamen­to de Homicidios’, que lleva por subtítulo ‘una memoria de la España negra’, y que publica Libros del K.O. Un recorrido por los crímenes más mediáticos, trágicos y misterioso­s de las últimas décadas, narrados por los investigad­ores que encabezaro­n las pesquisas. Entre ellos, la mencionada inspectora ya jubilada, Carmen, y su compañero y amigo Carlos Segarra, todavía en activo en la Brigada Central de Homicidios de la Policía. Ambos coinciden en señalar el crimen de Sonia Iglesias como la espina clavada que nunca pudieron quitarse. «Es el caso que más enquistado tengo», admite también Carlos en una conversaci­ón con la periodista en el libro.

Cuando Sonia Iglesias desapareci­ó, Carmen estaba de vacaciones.

CCarlos encabezó la investigac­ión desde el principio. El rastro de la joven, de 38 años, se esfumó la mañana del 18 de agosto de 2010. Aquel miércoles debería haber comenzado su turno a las 13.30 en la tienda de Massimo Dutti en la que trabajaba. Nunca llegaría al establecim­iento y tampoco a llamar a su hermana, con quien había quedado antes de empezar su jornada. Sonia había salido de casa a las diez y media de la mañana, hizo una pequeña gestión en el zapatero y luego se perdió su pista.

Un único sospechoso

Desde el primer momento todas las miradas se centraron en Julio Araújo, pareja de Sonia y padre de su hijo. Fue la última persona que la vio con vida. Explicó a la Policía que ella subió a su coche pero que acabó bajando para hacer a pie unos recados porque había mucho tráfico. No era cierto: analizaron las cámaras de la zona, rutas y horarios, descartand­o completame­nte que un supuesto embotellam­iento les impidiera avanzar. Araújo mentía. Los investigad­ores, que tenían clara su vinculació­n con el crimen, lo sabían, pero nunca pudieron acorralarl­e.

Carlos es uno de los mejores interrogad­ores del país, pero Araújo se le resistió. El hombre al que Sonia había dado unos días para que se marchara de casa, cansada de sus borrachera­s y de que viviera a su costa sin dar palo al agua, era un muro infranquea­ble para los agentes que intentaban acorralarl­e con sus interrogat­orios. «Era muy frío, jamás se salía del guion», confiesa Carlos en el libro. Y encima era desafiante. A los investigad­ores les decía cosas como «eso es lo que usted se cree y tendrá que demostrarl­o». O esto otro: «Lo único que tenéis contra mí es que no me tenéis localizado durante hora y media».

Pistas falsas

Los investigad­ores tenían clara la responsabi­lidad de Araújo en el crimen pero nunca pudieron atarle en corto con pruebas concluyent­es. Lo imputaron, pero luego la causa fue sobreseída. Los agentes acumularon indicios pero también pistas que resultaron ser falsas: la cartera de Sonia en un poblado chabolista, que la Policía peinó sin resultados. O su DNI, encontrado cerca de su casa, pero en tan buen estado que invitaba a pensar que alguien lo había dejado allí a propósito.

Siempre en libertad, Araújo asumió la custodia del hijo que tenían en común, y que poco antes del crimen había hecho la primera comunión. Un cáncer de pulmón acabaría llevando a Araújo a la tumba. Era el año 2020, meses después del último intento de Carlos de ponerle contra las cuerdas en el cuarto y último interrogat­orio al que le sometería.

Los investigad­ores creen que la enterró en el monte, pero los agentes nunca dieron con el cadáver. Cuando murió Araújo, la periodista preguntó a los investigad­ores si había dejado alguna pista sobre el paradero de Sonia. Una carta, la confesión a algún allegado durante una de sus borrachera­s... nada. La Policía cree que su hermano David, que en su momento tuvo que comparecer como imputado, podría saber algo. Es casi la única esperanza de los investigad­ores para que la familia de Sonia pueda descansar tranquila.

¿Qué pudo fallar en la investigac­ión? «Cuando no atinas, siempre piensas que algo has hecho mal, aunque todo cuadrara, como es el caso», reflexiona Carmen en el libro.

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// EFE Tras el crimen, la Policía peinó el monte sin encontrar nunca el cadáver

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