Telluride, el festival de cine más importante para los ejecutivos de Hollywood
Hay quien llama a Telluride el Shangri-La de los cinéfilos, y no sin razón; a este hermoso enclave en las montañas de Colorado no es fácil llegar, doce horas de coche conduciendo desde Los Ángeles dan fe de ello, pero eso también forma parte de su singularidad. En este paraíso, a 2.700 metros de altura, se celebra la primera semana de septiembre el festival de cine más importante para los ejecutivos de Hollywood. Aquí aterrizan las películas más prometedoras de la temporada. Si bien algunas se estrenan en paralelo en Venecia, las que son exclusivas de Telluride son un fijo en las quinielas de los Oscars. Es un certamen sin alfombras rojas, sin fotógrafos, y sin el caos y el brillo de otros festivales, también.
Después de verse obligados a cancelar el año pasado por la pandemia, los organizadores de Telluride dan la bienvenida a decenas de cineastas, estrellas y ejecutivos de cine en su espectacular 48ª edición, que comenzó el pasado jueves y termina hoy mismo. Por sus pantallas ha pasado Jane Campion con ‘El poder del perro’, protagonizada por Benedict Cumberbatch y Kirsten Dunst. También la sincera e íntima ‘C’mon C’mon’ de Mike Mills, liderada por Joaquín Phoenix. Y el retrato de Pablo Larraín de la princesa Diana, ‘Spencer’, con Kristen Stewart como la realeza fallecida. Además, ‘King Richard’, con Will Smith buscando su nominación personal como el padre intransigente de las tenistas Williams, y ‘Belfast’, la obra maestra de Kenneth Branagh, que ha dejado a todo el mundo con la boca abierta.
Parada obligada
Este año se proyectan en Telluride más de 80 largometrajes, cortometrajes y documentales que representan a 29 países, junto con tributos especiales, conversaciones, paneles y programas para estudiantes y aficionados. Telluride se ha convertido en parada obligada en el calendario de la temporada de premios, superando por peso a otros festivales de otoño más grandes y llamativos como Venecia, Toronto o Nueva York. En la última década, ocho ganadores a mejor película, incluidos ‘12 años de esclavitud’, ‘Birdman’, ‘La forma del agua’ y ‘Parásitos’, se proyectaron en Telluride. Y el ganador de este año, ‘Nomadland’, celebró su estreno en Los Ángeles organizado por Telluride en el autocine del Rose Bowl en septiembre de 2020, a pesar de la cancelación del festival.
La nueva novela de Fernando Aramburu va a irritar a todos; a los que la entiendan y a los que no. Si en ‘Patria’ (Tusquets) el escritor hizo un retrato de grupo en el que a muchos no les gustó reconocerse, en ‘Los vencejos’ (Tusquets) convierte cada folio en un espejo, un cristal lustroso que invita a la pedrada y del que nadie saldrá ileso. Nada tiene que ver ‘Los vencejos’ con ‘Patria’. Ésta es mucho más incómoda, por el material inflamable del que está hecha.
Toni, un profesor de filosofía de instituto, elige una fecha para suicidarse: el 31 de julio de 2019. Tiene un año entero por delante. En ese tiempo escribe un diario íntimo en el que repasa su vida con la tranquilidad del que sabe que no será leído, o al menos eso cree él. Toni no pretende hacer nada con esos folios, excepto levantar un espacio de soledad para practicar el tiro al blanco con su propia biografía.
A lo largo de doce meses, el narrador pasa revista a sus odios: al padre, un escritor frustrado, profesor universitario alcohólico y marido infiel; a la madre, a veces víctima y en otras verdugo; a Raúl, su hermano menor; a Amalia, su mujer, o a Nikita, el hijo al que considera imbécil, hasta el punto de ni siquiera referirse a él por su nombre. Sólo un asunto preocupa a Toni: quién cuidará de Pepa, su perra, después de su muerte. Ella es el único ser vivo al que ama y por el que se siente querido.
Atrincherado en la balconada de sus miserias, Toni ve los vencejos volar como un plazo que se cumple o una red de trapecista que se despliega sobre el cielo de Madrid. Su mejor amigo, Patachula, un agente inmobiliario, de retranca picaresca a lo Cortadillo y Rinconete, y cojo de un pie tras sobrevivir a los atentados del 11M, será quien se ofrezca a acompañarlo en su decisión de dejar este mundo. Lo hará a la manera de un Sancho Panza en prostíbulos de La Chopera.
En este libro los cretinos, los misóginos, los acomplejados, los violentos, los miserables y los alcohólicos salen hasta debajo de las piedras. Todos los personajes muestran sus miserias siempre que tengan la certeza de que nadie pueda escucharlos, leerlos ni verlos. Quien espera de ‘Los vencejos’ la novela de un suicida se equivoca: estas 700 páginas nos incumben, porque en ella ocurren las cosas que jamás haríamos vestidos de nosotros mismos. Por eso irritará esta bandada de verdades, por incómodas e inoportunas.
En ‘Los vencejos’ aparece un pelotón de gente que de tan estropeada enternece y hasta despierta la risa. Una galería de secundarios: la santurrona que ignora que su hija es homosexual, atea y socialista; un abuelo franquista nostálgico y otro que igual se habría contentado con que el caudillo hubiese sido comunista. Pero hay más: profesores frustrados que salivan ante las pantorillas de sus alumnas o un mitín de Vox al que, sin esperarlo, Toni acude con su hijo descerebrado.
Hay estropicio y humor, elegancia y contundencia en estas páginas que, en tiempos de agua bendita, acabarán dándose por ciertas. ‘Los vencejos’ despertará un a pie y juntilla de esos que invitan a derribar estatuas y colocar hojas
El escritor Fernando Aramburu de parra para tapar un pecho, pero también una llaga o la costra supurante de una herida sin cerrar.
En ‘Los vencejos’ Aramburu nos expone al hedor de bragueta, al vapor de los orines de geriátrico y las manchas en las vendas de un moribundo, también al perfume de una mujer que creyó amar y ahora mataría a cuchilladas, y al roce de los incisivos de una prostituta contra el glande de un fantasma.
El lector intuirá autorretrato, ¡el suyo! El que sepa encajar los libros que le llevan la contraria y lo meten en problemas, disfrutará ‘Los vencejos’ y su vuelo de 700 páginas. En la novela, Aramburu cincela imágenes potentísimas, entre ellas la del suicida que vuelve a la tierra como un regreso a la madre, «como si la vida de un hombre consistiera en salir de una cavidad y volver a ella».
Sobreviven al paso de los años los escritores que proponen paradojas, los que incomodan, los valientes ante sí mismos y ante el lenguaje. En una sociedad en la que hemos renunciado a la novela en favor del catecismo, ‘Los Vencejos’, de Fernando Aramburu, incendia el género y vuelve al origen de toda historia que merezca ser contada. Por ese motivo más de uno saldrá a echar escopetazos, para espantar la bandada de sí mismo. Esta no es la novela de un suicida. Los suicidas somos nosotros.