Buen Camino
«La clave está en el papel que adoptamos las personas cuando queremos hacerlo»
El otro día haciendo el Camino de Santiago una octogenaria francesa se pegó uno de esos golpazos que te duelen sólo con verlo. La pobre caminaba con su marido y ambos tiraban de un carricoche cargado de mochilas. Tras ellos íbamos un danés, dos españoles y una norteamericana de carácter seco que en cuanto vio caer a la anciana se abalanzó sobre ella y le hizo el examen diagnóstico más exhaustivo que he visto en mucho tiempo. Los demás, a falta de rayos x o ecógrafo computerizado, dimos agua, ánimo y hasta traducción simultánea en «globish», ese inglés de pandereta que todos entienden en el microcosmos del Camino.
Nadie habló de los límites de su país, de su formación académica, de su sexo o de su edad pero, sin embargo, todos nos entendimos en el sentido más amplio de la palabra. La anciana magullada se levantó, no sin dificultad, y tras un buen rato, reinició la marcha hasta que, al cobijo de unos chopos, su marido la tumbó y con un cariño que emocionaba la acarició con esa ternura quesólo la ausencia de espectáculo puede permitir. No todos los que hacen el Camino de Santiago son, ni mucho menos,buenas personas, pero en ese mundo sin fronteras triunfa el hecho de ser seres humanos y no votos en un tablero de ajedrez que sólo tiene dos salidas; la derrota o la victoria. Buenos y malos hablan idiomas diferentes pero hacen por entenderse, hombres y mujeres sufren y disfrutan por igual, viejos y jóvenes son personas en su máxima expresión sin brechas digitales ni lamentos o reproches.
En el Camino no hace falta legislar, ni señalar, ni tan siquiera hacen falta fondos europeos o que alguien te diga por qué tienes que estar feliz, triste u odiar. Los perros van sueltos y al final de cada etapa, si quieres, entras en misa y pides o das gracias. Que nadie entienda que la ruta Jacobea es la solución a nada porque no lo es. La clave está en el papel que adoptamos las personas cuando queremos hacerlo. Despojarnos de apriorismos, reinventar la caridad, entender el dolor propio y el del prójimo y hacerlo no por una reforma educativa sino porque te sale del alma o porque se lo ves hacer a los demás. Buen Camino.