Exclusión en la ONU
En el juramento de su segundo mandato en junio de este año, el secretario general de la ONU, António Guterres, dijo que la pandemia del Covid-19 ha revelado al mundo nuestra vulnerabilidad e interconexión compartidas. Y que la ONU, así como los Estados y las personas a las que sirve, solo pueden beneficiarse de quienes se sienten a su mesa.
Sin embargo, la ONU lleva ya muchos años sin dejar una silla en su mesa para la República de China (Taiwán), precisamente uno de los países que mejor han gestionado esta terrible crisis sanitaria, y que además ha brindado su ayuda al resto del mundo para combatir la pandemia. La cooperación y contribución de Taiwán no es algo de ahora: durante seis décadas, Taiwán ha brindado asistencia a países socios de todo el mundo, y desde la adopción de la Agenda 2030 de la ONU, se ha centrado en ayudar a sus socios a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Tras lo sucedido en Afganistán, es más evidente que el mundo necesita de todos los países que comparten valores como la libertad, la democracia y los derechos humanos para afrontar los desafíos del terrorismo internacional. Mientras tratamos de recuperarnos mejor juntos, negar a los socios que tienen la capacidad de contribuir es una pérdida moral y material para el mundo. Como fuerza de bien, Taiwán tiene un papel indispensable que jugar, del que el mundo ni puede ni debe prescindir. Con todo ello, Taiwán se ha mostrado como un socio digno y valioso, dispuesto y capacitado para cooperar y contribuir con la sociedad internacional, cumpliendo con sus lemas de «Taiwán puede ayudar» y «Taiwán está ayudando». Ahora que se aproxima la 76 Asamblea General de la ONU, es tiempo de que este organismo dé la bienvenida a Taiwán y que, haciendo justicia con los 23,5 millones de taiwaneses y con el resto del mundo, le otorgue el sitio que merece en la mesa dentro de la ONU.