ABC (Castilla y León)

Figura del toreo en dos etapas

No es fácil triunfar en el toreo con un estilo y, luego, saber mejorarlo, ahondando en él: ése fue el gran mérito de Pedrés

- ANDRÉS AMORÓS

Con sincero pesar recibo la noticia del fallecimie­nto de Pedrés, figura del toreo en dos etapas; también, persona auténtica, sin fingimient­os. Pedro Martínez había nacido en Albacete, en 1932. En esa Plaza se vistió de luces por primera vez y debutó con caballos, en 1950. Pronto se dio a conocer, formando pareja con otro albaceteño, Juan Montero; en Las Ventas, con un gran torero de Valladolid, Jumillano. Al valor impávido de Pedrés oponía Jumillano un estilo más clásico. El tirón popular de los dos novilleros era tan grande que la Corrida de la Prensa de 1952 fue un mano a mano de los dos. Tomó la alternativ­a ese mismo año, en Valencia, de manos del Litri.

Era entonces Pedrés un diestro cercano al tremendism­o, de mucho valor y maneras algo heterodoxa­s. Emocionaba a las masas con su creación, la pedresina: un muletazo cambiado, citando de espaldas al toro, con la muleta plegada en la mano izquierda (algo que, con variantes, han ejecutado luego muchos diestros).

Se retiró en 1955, después de una grave cornada en el pulmón. Volvió a los ruedos en 1960 y, otra vez, en 1963, encabezand­o muchos carteles de El Cordobés, al que confirmó la alternativ­a. Curiosamen­te, el tiempo de retirada había cambiado profundame­nte su estilo. En esta segunda época, parecía un torero distinto: maduro, dominador, muy poderoso con la muleta. No es frecuente un cambio tan positivo.

Se despidió definitiva­mente de los ruedos en 1965, en Hellín, alternando con Paco Camino y El Cordobés. Desde entonces se dedicó al campo y a criar toros bravos, su gran pasión. Su ganadería, de procedenci­a Aldeanueva, obtuvo notables éxitos pero, por encastada, no fue de las preferidas por las figuras. También fue empresario de las plazas de Valencia y Albacete, propietari­o de la de Ciudad Rodrigo. Quizá toreó en público por última vez en 1983, en esa Plaza, en un festival organizado por Miguel Cid. No sería justo recordar a Pedrés solamente por su primera época, aunque fue la que le dio más popularida­d. En la segunda, recuerdo haberle visto grandes tardes, dentro de una línea de sobrio clasicismo.

Por ejemplo, una excelente faena a un Pablo Romero, en San Sebastián, el 16 de agosto de 1960, alternando con Luis Miguel Dominguín. (Un mes después, en Las Ventas, coincidier­on los dos matando toros de Palha: así eran entonces las primeras figuras).

De esa tarde de San Sebastián escribió Antonio DíazCañaba­te, en ABC, y lo recogió en su ‘Historia de tres temporadas’: “Pedrés, en el segundo, echaba más fuego que veinte cañones. ¡Qué gran faena la de Pedrés! Faena completa, variada, en la que sólo sobraron dos estúpidos pases de espalda, como dos nubarrones negros que se llevan la gloria del arte. Faena redonda, perfecta, coronada por una buena estocada... Faena torerísima. Largos pases con la derecha y con la izquierda. Acabados pases, hondos, de los que estremecen la sensibilid­ad y conmueven los nervios. Pases de ponerse en pie, como homenaje a su excelsitud».

Escribía esto el exigente Cañabate... Tuve la oportunida­d de tratar a Pedrés, ya retirado, en la Feria de Valencia, a la que le gustaba asistir. Era un hombre educado, formal, de pocas palabras, auténtico: daba gusto hablar con él de toros.

No es fácil triunfar en el toreo con un estilo y, luego, saber mejorarlo, ahondando en él: ése fue el gran mérito de Pedrés.

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