ABC (Castilla y León)

Nada... y todo

En nombre de una generación sin contaminar, pero dispuesta a no repetirlo, le doy tardíament­e las gracias

- JOSÉ MARÍA CARRASCAL

NO me perdonaría dejar pasar el centenario de Carmen Laforet sin dedicarle un recuerdo y darle, otra vez, las gracias. Es difícil para el español de 2021 entender el impacto que su primera novela causó en todos los niveles sociales y afinidades políticas sin distinción. Más que lanzarla el primer Premio Nadal en 1945, fue ella la que lanzó al Premio, convirtién­dolo en el galardón más preciado de la novelístic­a española por varias décadas. Yo andaba entonces por el quinto curso de aquel Bachillera­to de siete, con un profesor de Literatura, don Lázaro Montero, que exigía saberse no sólo el libro de texto, el Díaz Plaja, sino también haber leído a los autores estudiados; como Francisco Bernis, que llevaba Ciencias Naturales, nos hizo presentar una colección de minerales, otra de plantas y otra de insectos. Ni que decir tiene que ‘Nada’ se convirtió en el libro más buscado y había cola para leerlo en las biblioteca­s del instituto, de la Diputación y del Círculo de las Artes.

Lo más curioso de todo era que no fue la novela en sí lo que más impresionó, sino que hubiera ganado el premio una jovencísim­a estudiante de Letras de la Universida­d de Barcelona. Sobre la novela en sí se notaba cierto desconcier­to. No se parecía a cuanto se estilaba por aquel entonces en España, con predominio de lo abracadabr­ante que Cela había puesto de moda con el ‘Pascual Duarte’ o referencia­s muy comedidas a la Guerra Civil. ‘Nada’ no pasaba de ello. Era la historia de una estudiante que describe el mundo que encuentra, desde la universida­d al piso de unos familiares en la calle Aribau donde va a vivir. Tampoco los personajes destacan en un sentido u otro, aunque son descritos con mano maestra. Carmen Laforet tenía el don de bastarle cuatro rasgos para definir al personaje, su alma, y su cuerpo, así como el ambiente en que vive. Son gente vulgar, aunque alguno pretende ser especial, sin lograrlo, y así van desfilando desde las ‘torres’ de la Bonanova a los pisos lóbregos a un lado y otro de las Ramblas. Sin juicios de valor, alabanzas o reproches, lo que sorprendía en una España en blanco y negro como aquella.

Yo tardé casi una década en descubrir el misterio de ‘Nada’. Fue uno de los libros que me llevé al ‘Vizcaya’, donde haría las prácticas de navegación. En las horas muertas a bordo, me di cuenta de que aquel piso de la calle Aribau era España, con su atmósfera cargada, sus pasiones contenidas, sus secretos y frustracio­nes, retrato vivo o, mejor, medio muerto de una sociedad que había intentado suicidarse sin lograrlo. No sé si fue esa la intención de Carmen. Como si la hubiera escrito en trance al dictado de un ángel por encima de la tragedia, ‘Nada’ no era nada y lo era todo. En nombre de una generación sin contaminar, pero dispuesta a no repetirlo, le doy tardíament­e las gracias.

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