Un robot para resolver el puzle de los frescos de Pompeya
▶ El proyecto RePAIR restaurará piezas que hasta ahora se creían irrecuperables Los fragmentos de los frescos son escaneados y digitalizados, y un brazo robótico de gran precisión monta las piezas
Reconstruir los restos que se encuentran en las excavaciones de Pompeya constituye un rompecabezas de muy difícil y a veces imposible solución. Ahora, el problema será resuelto por un robot. Miles de fragmentos, como pequeñas piezas de un rompecabezas, serán reorganizados con la ayuda de una infraestructura robótica, equipada con brazos mecánicos capaces de escanear los fragmentos, reconocerlos a través de un sistema de digitalización 3D y situarlos en la ubicación correcta. Mientras los fragmentos son reconocidos y escaneados, los brazos mecánicos de precisión los manipulan y mueven con la ayuda de sensores de última generación capaces de evitar el más mínimo daño.
Se trata de un proyecto denominado RePAIR, acrónimo de ‘Reconstrucción del pasado: la inteligencia artificial y la robótica al servicio del patrimonio cultural’. Se inició el pasado 1 de septiembre, con la coordinación de la Universidad Ca’Foscari de Venecia. «Cuando hay cientos de piezas, estos frescos se pueden volver a unir manualmente, pero Pompeya tiene una colección de miles y eso necesita tecnología», dijo Marcello Pelillo, experto en inteligencia artificial de la mencionada universidad.
La experimentación se inicia con dos grandes frescos del patrimonio cultural mundial que se encuentran en un estado fragmentario y se conservan en los depósitos del Parque Arqueológico de Pompeya. El primer ejemplo es el de los frescos de la Casa de los Pintores en el Trabajo, en la Insula de los Castos Amantes, dañada durante la erupción del 79 d. C., que sepultó a Pompeya bajo cenizas y piedra pómez. Luego fueron destrozados tras los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial, que se llevaron a cabo por informes falsos de que una división alemana estaba acampada entre las ruinas pompeyanas. El trabajo del robot en este caso será recomponer unos 10.000 fragmentos de frescos que cubrieron paredes y techos de la Casa de los Pintores en el Trabajo. Cada pieza será escaneada en una computadora que tendrá acceso a los datos sobre los estilos de frescos de Pompeya.
El segundo caso de la experimentación se realizará con los fragmentos de los frescos de la Schola Armaturarum –común y erróneamente llamada Casa de los Gladiarores, donde, según los arqueólogos, tenía su sede una asociación militar–, edificio que se derrumbó en 2010.
Recuperar la historia
El nuevo proyecto permitirá confrontar sus resultados con el método que realiza un grupo de expertos en pintura mural de la Universidad de Lausana, que trabaja en la recomposición de los fragmentos desde 2018, con un programa de estudio y recomposición manual basado en el análisis de los diferentes aspectos morfológicos, estilísticos y fragmentos técnicos.
El método de recomposición manual de los expertos de la Universidad de Lausana es eficaz cuando estos fragmentos no son demasiados. El problema se presenta cuando el número es muy grande, según explica el director del Parque Arqueológico de Pompeya, Gabriel Zuchtriegel: «Las ánforas, los frescos o los mosaicos a menudo salen a la luz fragmentados, solo parcialmente intactos o con muchas partes que faltan. Cuando el número de fragmentos es muy grande, con miles de piezas, la reconstrucción manual y el reconocimiento de las conexiones entre los fragmentos es casi siempre imposible o en todo caso muy laboriosa y lenta».
Al final, esa imposibilidad de ‘arreglo’ se traduce, de alguna manera, en un cierto olvido. «Esto significa que muchos fragmentos permanecen durante mucho tiempo en depósitos arqueológicos, sin poder ser reconstruidos y restaurados, y mucho menos devueltos a la atención del público. Este proyecto tiene como objetivo resolver un problema atávico», celebró Zuchtriegel.
El proyecto RePAIR recibe financiación del programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea.
—¿Se arrepintió de embarcarse alguna vez?
—Varias veces. Pero tenía que contar la vida de los marineros. Quería que esa gente tuviese el testimonio de mi admiración por su esfuerzo, su fatiga, por lo penoso de sus vidas y por sus júbilos, que también los tienen. —Los retrata como personajes macizos que están regidos por un destino terrible: odian el mar, pero no saben vivir en tierra.
—Muchos de ellos probaron oficios de tierra, y no lo soportaron. Muchos de ellos no quieren el mar como un espacio vital, porque en el mar no se vive. La relación de ellos con el mar es una rarísima hermandad, una relación filial; son hijos de ese territorio al que tampoco quieren como padre. Lo necesitan porque es su forma de ganarse la vida. Y esas aguas están llenas de cicatrices emocionales para ellos: padres, hijos, primos, hermanos, amigos... todos bajo las mismas aguas que ellos navegan.
—Son gente que no se queja, aunque les sobran motivos para hacerlo. —Es que ponerte a quejarte cuando tienes una ola de siete metros cruzándote por encima… Son gente dura, muy dura, también emocionalmente. Hay una capa de dureza en estos personajes que es nobleza. Esa falta de exhibicionismo, su nula necesidad de presumir, su rechazo a la idea de heroísmo... Tienen un sentido de la vida muy despojado de adornos, muy despojado de todo.
—En el libro, las relaciones entre los marineros son muy puras, primitivas en el buen sentido de la palabra. Sencillas.
—Hay tiranteces, como en todo grupo humano, pero en los momentos en los que la vida se tuerce, y la vida se tuerce bastantes veces, hay un espíritu de formación tortuga y todo se hace a una. Nadie falta al respeto a nadie cuando hay mar. Porque del empeño de todos sucede el regreso. En el mar nadie tiene más objetivo que volver. Vivir y volver. Al mar no se va a quedarse. —Sufrió una gran tormenta en su viaje, ¿tuvo miedo a morir entonces? —Aquel día sentí esa percepción de que esto se podía ir al carajo en cualquier momento. Las olas nos atizaban, el viento era salvaje. Ellos también estaban preocupados, era junio, no era normal un temporal como aquel. Pero es muy curioso, porque teniendo tan presente la idea de la muerte, porque el mar se riza en un minuto y todo lo convierte en cataclismo, allí no se habla de la muerte. En los barcos no se habla de la muerte. Fueron 27 horas sin dormir.
—Por cierto: ¿de verdad se llevó dos bañadores al Gran Sol?
—Y estampados, además. Eso fue una de esas cosas que determinan la absoluta ingenuidad y el completo desconcierto que yo tenía. Cuando hice el macuto dije: echa esto que nunca sabes… ¿Qué iba a hacer? ¿Esquí acuático? Pero con la cuerda de los bañadores me até a una tubería gruesa para ducharme. Aunque tampoco me duché mucho.