ABC (Castilla y León)

«En el mar nadie tiene más objetivo que volver»

▶ El autor narra en ‘Buena mar’ su peripecia a bordo de un arrastrero gallego en el Gran Sol

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

A veces uno hace promesas absurdas, y al cumplirlas descubre que esas son las mejores. En una sobremesa larga, regada con licor café, Antonio Lucas (Madrid, 1975) escuchó la historia de cómo el hermano de un buen amigo suyo había perdido la vida en el Gran Sol y, en ese momento, movido no se sabe muy bien por qué intuición, le dijo que él iba a hacer esa misma travesía. Nunca se había subido a un barco, no sabía qué le esperaba en el Atlántico Norte, pero meses después allí estaba, en un arrastrero gallego rodeado de marineros desconocid­os en un entorno más desconocid­o aún. Fueron unas semanas más anchas que largas, intensísim­as, de las que salió con el espíritu trastocado y unos cuantos reportajes que publicó en ‘El Mundo’. A esos textos, dice ahora el poeta, les faltaba el drama humano, el tacto sentimenta­l de aquella experienci­a, la tormenta interior que uno sufre en esas aguas. Por eso ha escrito ‘Buena mar’ (Alfaguara), un libro guiado por la emoción, no por la épica, en el que narra la peripecia de un hombre perdido (es él, y también otros) que se busca en el lugar más inclemente, más inhóspito.

«Esta es la historia de un tipo que muda de piel. Pero que muda de piel en un contexto que tiene protagonis­tas muy poderosos: el mar, un barco y once marineros», resume el autor, sentado en una terraza desde la que se ve el estanque del Retiro, lleno de barcas.

—Antonio, ¿hay algo menos parecido al mar que un estanque?

—Es como decir: ¿te gusta la jungla? Sí, a mí me gusta mucho ir al jardín botánico a ver las plantas carnívoras [ríe]. No tiene nada que ver. No hay nada que se parezca a eso.

—¿Y cómo es el Gran Sol?

—Allí manda el mar. Uno, si es consciente, si no tiene vocación de náufrago, no intenta desafiar al mar. Es alucinante. Allí las decisiones que tomas son siempre los retos que el mar te plantea. Tienes que mirar mil variantes para tomar una decisión mínima, la que sea. Hasta para saber si por la noche te atas o no al camastro para dormir.

—En el libro el protagonis­ta no sabe muy bien por qué huye, pero sabe que tiene que hacerlo: abandonar la comodidad que le rodea. ¿A veces ocurre eso en la vida?

—De algún modo sucede. A veces los apetitos de uno van no al sabotaje de la comodidad, pero sí a intentar saber cómo se vive fuera de esa comodidad: de la comodidad de los afectos, de la vida asentada, de los propósitos cuajados. Y el mar te permite eso. De todo lo que tienes solo puede quedar lo que más importa, porque el mar lo aplasta todo. Se jerarquiza­n las emociones... La vida se concreta mejor en esos territorio­s donde uno tiene que darse cuenta de lo que es y dejar que caigan las certezas como las hojas de los árboles: quedarán las más verdes.

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