UNA LARGA ESCALA QUE TOCA A SU FIN
Esta es una guerra en la que de nada les servirán a los talibanes los viejos AK-47 de los que no se separan ni para rezar
inestabilidad generada por el cambio de régimen, el desplazamiento masivo de población y el colapso económico han agravado la situación. «Si la tendencia actual continúa, Unicef predice que un millón de niños menores de cinco años sufrirán desnutrición aguda grave, una enfermedad potencialmente mortal», recogió en un comunicado el director regional de la organización para el Sur de Asia, George Laryea-Adjei.
Colapso sanitario
El sistema sanitario afgano, como casi todo en la administración pública creada tras la invasión estadounidense de 2001, depende de las donaciones externas y la mayor parte de estas ayudas se han congelado desde la llegada del ‘emirato’. Aproximadamente dos tercios de los centros de salud del país son parte de Sehatmandi, un proyecto de tres años de más de 500 millones de euros administrado por el Banco Mundial y financiado por la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, la Unión Europea, el Banco Mundial y otros actores internacionales que desde la llegada de los talibanes han optado por suspender sus ayudas. El sistema está al borde del colapso, a la espera de una mano externa salvadora, pero cada día que pasa la población es más y más vulnerable, sobre todo los niños.
La llegada de niños es constante a la Unidad de Desnutrición. Hay días en los que tienen que colocar a dos pequeños por camita. Las familias con algo de dinero pueden traer desde el exterior Meropenem, antibiótico que se usa en el tratamiento de infecciones severas de estómago, pero la mayoría solo puede esperar un milagro. «La situación es crítica. Las tasas de desnutrición crónica del 30 por ciento se considera oficialmente una emergencia», es el balance de Mike Bonke, director para Afganistán de la ONG Acción Contra el Hambre (ACH), quien alerta que «con la ayuda humanitaria y el sistema financiero interrumpidos, una situación ya difícil ha empeorado».
Junto a Khassem, otros siete pequeños comparten habitación en Kabul. Abasin, de nueve meses, no para de llorar en los brazos de su madre, que ya no sabe de qué forma abrazar al pequeño. Mohamed Yousef, de tres años, es el mayor y observa a todos los demás sentado en su cama, con una bolsa de galletas a sus pies. «Necesita una operación urgente, pero no sé cómo la vamos a pagar», lamentan sus padres mientras sacan de un sobre las últimas radiografías que han hecho al pequeño en las que han gastado todo el dinero que traían de Baghlan, al norte de la capital. Pesa seis kilos.
El hambre llama a las puertas del ‘emirato’ y ahora son los talibanes quienes deben tender puentes con el exterior que les permitan mantener las ayudas que pueden salvar las vidas de muchos niños como Khassem, Abasin, o Yousef. Esta es una guerra en la que de nada les servirán los viejos AK-47 de los que no se separan ni para rezar.