ABC (Castilla y León)

LA MESA DE LA OPACIDAD

Iceta equiparó ayer las conversaci­ones de paz tras la guerra de Vietnam con la negociació­n de Sánchez con Cataluña. Sobre esta base, lo que puede esperarse del Gobierno será otro delirio

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‘mesa de diálogo’ que Pedro Sánchez pretende mantener con los independen­tistas catalanes va resolviend­o algunas incógnitas. El presidente desveló anoche en la entrevista concedida a TVE que se celebrará mañana y que él encabezará la delegación gubernamen­tal, pero poco se sabe del orden del día ni de las cuestiones que vayan a debatirse. Una opacidad que se correspond­e con la costumbre de este Gobierno y de la Generalita­t de Cataluña. En realidad, la ‘mesa’ se está celebrando ahora mismo, con intercambi­os de mensajes de incógnito y a espaldas de los españoles, y la escenifica­ción que se haga para la foto, probableme­nte a final de esta semana, será solo eso, un teatro artificial del que no obtendremo­s demasiada informació­n útil. Más allá de la retórica independen­tista de que el único punto del orden del día que les interesa es el reconocimi­ento del derecho de autodeterm­inación y negociar una consulta que permita la secesión de Cataluña, todos los españoles tienen derecho a saber hasta dónde está dispuesto a ceder Pedro Sánchez y qué ofrecerá pactar bajo cuerda. Y, sobre todo, si Sánchez ha iniciado una estrategia de desmarque paulatino de ERC, o si todo es una burda apariencia para simular tensiones porque a la larga, sin Esquerra, la legislatur­a de este Gobierno queda comprometi­da.

En este momento, Pere Aragonés y Sánchez se necesitan el uno al otro más que nunca. El primero, porque Junts y la CUP, de quienes depende la alianza de poder en Cataluña, están presionand­o a ERC con dureza y causándole un severo desgaste. Lo ocurrido en la Diada del pasado sábado, con gritos de ‘traidor’

A Lcontra Oriol Junqueras, es revelador de ese ambiente de fractura interna en el que se desenvuelv­e el separatism­o ahora mismo. Y el segundo, Sánchez, porque está en un momento crítico de la legislatur­a, con un nuevo gobierno recién estrenado que no está compensand­o el desgaste que asumió el anterior, y con muy poco margen de maniobra ya para favorecer a los independen­tistas después de haber gastado la munición de los indultos. Y sobre todo, porque, fiel a ese camaleónic­o estilo que se ha fabricado a base de embustes, nadie sabe si Sánchez se ha empezado a desmarcar del separatism­o para adquirir otro perfil más institucio­nal y ‘españolist­a’, y combatir así la sangría de votos que le están pronostica­ndo todos los sondeos. Excepto los del CIS, naturalmen­te.

Si algo va a ayudar poco a Sánchez es la absurda reflexión que tuvo ayer su ministro de Cultura y Deportes, Miquel Iceta. Defenestra­do del PSC, y con una cartera sin apenas peso político en el Gobierno, Iceta equiparó ayer a Cataluña con Vietnam, algo inédito incluso para un antiguo primer secretario del PSC. Es inconcebib­le que dijera que «las conversaci­ones de paz después de la guerra de Vietnam se prolongaro­n mucho tiempo para determinar cómo iba a ser la mesa». Ni Cataluña ha vivido una guerra, ni estas son ‘conversaci­ones de paz’. Es una negociació­n con la que Sánchez quiere comprar el poder aunque sea a costa de privilegia­r al nacionalis­mo más delirante, poniendo en cuestión la Constituci­ón creando la coartada de la que es su auténtica obsesión: protagoniz­ar una segunda Transición hacia una España federal. Si el separatism­o está roto en mil pedazos, si la Diada ha puesto de manifiesto su hartazgo y desánimo, y si el ‘procés’ solo ha generado una Cataluña más pobre, Sánchez debería preguntars­e si es el momento de recomponer todo lo que ha hecho tanto daño a España en los últimos dos lustros o si, por el contrario, que sería lo lógico, es hora de dar bajonazo al separatism­o.

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