ABC (Castilla y León)

Ahora me toca a mí

Ponemos las columnas al servicio de lo inmediato, la vida huele a bata de churrero

- Si JOSÉ F. PELÁEZ

S sabido que un gran pintor omite lo que uno mediocre cuenta de inmediato. Estoy reflexiona­ndo acerca de ello porque nos estamos vulgarizan­do, la actualidad no es esto, hay mucho más y si ponemos las columnas al servicio de lo inmediato, la vida huele a bata de churrero. Si los temas los marca el político, las columnas se convierten en algo reactivo, en pintura figurativa, en fritanga por escrito. Es necesario huir de la dictadura del asesor, me niego a poner lírica a un fondo de powerpoint. Hay que anticipars­e, no mirarlos y, el que sepa, que se entregue a relatar un ambiente. Hay un compromiso con la hemeroteca, el siglo XIX es una invención de Balzac y ‘La Movida’ de Umbral. Estamos prestando nuestros ojos al futuro y hay que respetarlo. Hay gente mirando mientras nosotros hablamos de Echenique, como pintores mediocres.

Me van a perdonar el tono, pero es que llueve despacio, muy despacio, yo mismo lo estoy viendo y es real, llueve diferente a la lluvia de mis últimos recuerdos, llueve con clase, tibio y recto, como si la

Evida fuera película de Garci, sin precipitac­iones ni cámaras extra. Llueve como llueve cuando no pasa nada, como si tuviéramos todo el tiempo y el asombro aún fuera posible. Llueve con elegancia y, desde fuera, podría parecer que todo esto lo ha pintado Hopper, con ese aire metafísico que tienen las soledades en color. Hopper es el ejemplo, él detenía las escenas donde otros las comenzaría­n. No hablaba de la soledad de la vida norteameri­cana, pero estaba ahí, de fondo. Hammeshøi pintó habitacion­es vacías y a Vermeer no le interesó narrar historias sino la reflexión de esos personajes enfrascado­s en su contexto. Los impresioni­stas enseñaron a Hemingway a colocar la luz en sus relatos. Y ahí hemos de buscarnos, pienso, pero, para completar mi estampa, suena Chet Baker y una gata duerme a treinta centímetro­s de mi, a treinta centímetro­s de la ventana y, probableme­nte, a treinta centímetro­s de todo. Parezco un cliché, lo sé, todo parece una parodia, solo falta exagerar el olor a café para decir que la casa me devuelve algo de afecto, pero ustedes me han leído sufrir este verano eterno y entenderán mi estado de ánimo cuando, de repente, sin esperarlo, la vida se luce y llueve como en los años setenta y el silencio es diferente, como si la gente hubiera vuelto, pero no tuviera nada que decir. Los niños van al colegio y los padres al trabajo, a que los humillen, pero con algo más de clemencia que en casa. Ha llegado la vida real y lo ha hecho con la precipitac­ión del que entra al ascensor, oye los tacones de la vecina acercándos­e y nota que el corazón se acelera por la expectativ­a de bajar solo, la victoria privada del que pone caras al espejo y pinta bigotes a la vida.

Hoy empieza todo y, si Dios quiere, las columnas habrán de sostener solo el cielo, como en Persépolis. Y el resto importa poco. Al fin y al cabo, es sabido que un gran pintor omite lo que uno mediocre contaría de inmediato.

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