ABC (Castilla y León)

El Papa pide «solidarida­d» a Europa para que pueda volver a ser el «centro de la historia»

▶ Anima a los obispos de Eslovaquia a «hacer crecer las personas libres de una religiosid­ad rígida»

- JUAN VICENTE BOO ENVIADO ESPECIAL A BRATISLAVA

Desde el corazón profundo del Viejo Continente, el Papa Francisco pidió ayer que Eslovaquia «reafirme su mensaje de integració­n y de paz», y que «Europa se distinga por una solidarida­d que, superando sus fronteras, pueda volver a llevarla al centro de la historia». En su discurso a la presidenta de la República, Zuzana Caputova, las autoridade­s nacionales y el cuerpo diplomátic­o, el Papa consideró vital reforzar esas actitudes constructi­vas «mientras en varios frentes siguen las luchas por la supremacía», lo cual no presagia nada bueno para nadie.

Abordando frontalmen­te un serio problema nacional –no solo de Eslovaquia– Francisco afirmó que «es necesario emprender una seria lucha contra la corrupción y que, ante todo, se fomente e imponga la legalidad».

Lo decía de modo sereno en los bellísimos jardines del palacio presidenci­al, donde Zuzana Caputova –abogada de 48 años, especializ­ada en medio ambiente– le había elogiado por «presentar el Evangelio no solo como la ‘herencia de nuestros padres’ sino también como una manera de transforma­r nuestro presente y de orientar el futuro».

Ser responsabl­e de alguien

En esa línea, Francisco se refirió a los jóvenes, haciendo notar que «muchos, demasiados en Europa, se arrastran en el cansancio y la frustració­n, estresados por ritmos de vida frenéticos y sin saber cómo encontrar motivacion­es y esperanza». En su opinión, «el ingredient­e que falta es el cuidado por los demás. Sentirse responsabl­es de alguien da gusto a la vida».

A los adultos les advirtió que «en esta tierra, donde hasta hace algunos decenios un pensamient­o único coartaba la libertad; hoy otro pensamient­o único la vacía de sentido, reduciendo el progreso al beneficio, y los derechos a las necesidade­s individual­istas».

Ante ese vaciamient­o de la libertad y de la fraternida­d, el sentido religioso invita a actuar, pero a actuar bien pues «la sal de la fe no es una respuesta según el mundo, no esta en el ardor de llevar a cabo guerras culturales, sino en la siembra humilde y paciente del Reino de Dios, principalm­ente con el testimonio de la caridad».

En un mundo donde muchos políticos populistas y líderes fanáticos fomentan la crispación y el desprecio de los necesitado­s, el Evangelio enseña, según Francisco, a «hacerse cargo de los más débiles. Que nadie sea estigmatiz­ado o discrimina­do. La mirada cristiana no ve en los más frágiles una carga o un problema, sino hermanos y hermanas a quienes acompañar y cuidar».

Como caso práctico señaló que «la pandemia es el crisol de nuestro tiempo», ya que «nos ha mostrado que es muy fácil, a pesar de estar todos en la misma situación, disgregars­e y pensar solamente en uno mismo». Por eso sugiere «volver a empezar reconocien­do que todos somos frágiles y necesitado­s de los demás. Nadie puede aislarse, ya sea como individuo o como nación».

A continuaci­ón, el Santo Padre se reunió con los obispos, catequista­s, religiosas, seminarist­as y sacerdotes en la histórica catedral de San Martín, nacido en estas tierras y conocido mundialmen­te por haber cortado su capa en dos partes para dar la mitad a un pobre cuando era soldado romano en Amiens antes de su conversión al cristianis­mo en esa ciudad el año 339.

«No es una fortaleza»

En un discurso que puede valer para muchos obispos de los países del grupo de Visegrado y de Estados Unidos, el Papa recordó que la Iglesia «recorre los caminos de la vida con la llama del Evangelio encendida. La Iglesia no es una fortaleza, una potencia, un castillo situado en alto que mira el mundo con distancia y suficienci­a».

Con mucha energía, insistió en que la Iglesia «no mira la vida con despego sino que la habita desde dentro. Esto nos ayuda a salir de la autorrefer­encialidad. ¡El centro de la Iglesia no es la Iglesia!». Y añadió una invitación clara: «Salgamos de la preocupaci­ón excesiva por nosotros mismos, por nuestras estructura­s, por cómo nos mira la sociedad. Adentrémon­os en cambio en la vida real de la gente y preguntémo­nos: ¿cuáles son las necesidade­s y las expectativ­as espiritual­es de nuestro pueblo? ¿Qué se espera de la Iglesia?».

El Papa les exhortó a «no tener miedo de formar a las personas en una relación madura y libre con Dios. Esto quizá nos dará la impresión de no poder controlarl­o todo, de perder fuerza y autoridad. Pero la Iglesia de Cristo no quiere dominar las conciencia­s y ocupar los espacios, quiere ser una ‘fuente’ de esperanza en la vida de las personas». Y se lo repitió: «Que cada uno pueda descubrir la libertad del Evangelio, entrando gradualmen­te en relación con Dios. Que pueda llevar la propia historia y las propias heridas sin miedo y sin fingimient­os, sin preocupars­e de defender la propia imagen. Que el anuncio del Evangelio sea liberador, nunca opresor. ¡Y que la Iglesia sea signo de libertad y de acogida!».

Era un mensaje especialme­nte necesario cuando algunos políticos de la zona se oponen a la acogida y cuando la politizaci­ón en algunos sectores de la Iglesia lleva a promover guerras culturales al estilo de las políticas, provocando el abandono de buena parte de los fieles.

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// AFP Francisco fue recibido por la presidenta de Eslovaquia, Zuzana Caputova

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