ABC (Castilla y León)

Provocacio­nes

Una relación que siempre fue de convenienc­ia y puede que ahora al PP ya no le convenga

- JORGE FRANCÉS

os no gobiernan si uno no quiere. Es el caldo lento, al chup chup, de la degradació­n del matrimonio entre PP y Ciudadanos en Castilla y León. Una relación que siempre fue de convenienc­ia y puede que ahora al PP ya no le convenga. Solo se explica así que cada vez que Alfonso Fernández Mañueco habla calme y espante al mismo tiempo. «Mi compromiso es acabar el mandato siempre que haya estabilida­d política y parlamenta­ria» (y en política la estabilida­d es subjetiva). Pide a sus cargos «tener las pilas puestas para esta nueva etapa» (y nadie sabe si habla del curso político o de elecciones). No hay descanso y cada día el PP desgasta y rejonea añadiendo más tensión a una cuerda al límite de la ruptura. Así una mañana De Santiago Juárez dice que le confirman que Igea no se comerá el turrón como consejero y a la tarde siguiente el PP burgalés pide el cese en la dirección del Hospital de Burgos. Los de Mañueco juegan a ser Celestina y la gata Flora, el pato en la feria y la vaca en la India, Judas y Simón de Cirene en el calvario del vicepresid­ente.

Esta nueva estrategia del PP, de banderilla y cara de bueno, solo está al alcance de políticos profesiona­les. Es también una provocació­n al PSOE desmoronan­do desde la base uno de sus argumentos más recurrente­s de su oposición agresiva: la sanidad rural. Decía Dumas que «el matrimonio es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos, incluso tres». Y Tudanca es el tercero en discordia, el que termina con el aburrimien­to. Porque el presidente de la Junta quiere forzar una negociació­n con los socialista­s para evidenciar su falta de propuestas. No hay plan del PSOE, ni de nadie, que solucione a corto plazo escasez de profesiona­les y permita la atención presencial en todos los consultori­os rurales de forma inmediata. Tudanca lo sabe, por eso va añadiendo condicione­s para sentarse. Pero esto es política, señores, y quizá la provocació­n última sea terminar la legislatur­a con un socio tan desquiciad­o que desaparezc­a por sometimien­to. «Casi siempre que un matrimonio se lleva bien es porque uno de los dos esposos manda y el otro obedece», sentenciab­a Gregorio Marañón.

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