Provocaciones
Una relación que siempre fue de conveniencia y puede que ahora al PP ya no le convenga
os no gobiernan si uno no quiere. Es el caldo lento, al chup chup, de la degradación del matrimonio entre PP y Ciudadanos en Castilla y León. Una relación que siempre fue de conveniencia y puede que ahora al PP ya no le convenga. Solo se explica así que cada vez que Alfonso Fernández Mañueco habla calme y espante al mismo tiempo. «Mi compromiso es acabar el mandato siempre que haya estabilidad política y parlamentaria» (y en política la estabilidad es subjetiva). Pide a sus cargos «tener las pilas puestas para esta nueva etapa» (y nadie sabe si habla del curso político o de elecciones). No hay descanso y cada día el PP desgasta y rejonea añadiendo más tensión a una cuerda al límite de la ruptura. Así una mañana De Santiago Juárez dice que le confirman que Igea no se comerá el turrón como consejero y a la tarde siguiente el PP burgalés pide el cese en la dirección del Hospital de Burgos. Los de Mañueco juegan a ser Celestina y la gata Flora, el pato en la feria y la vaca en la India, Judas y Simón de Cirene en el calvario del vicepresidente.
Esta nueva estrategia del PP, de banderilla y cara de bueno, solo está al alcance de políticos profesionales. Es también una provocación al PSOE desmoronando desde la base uno de sus argumentos más recurrentes de su oposición agresiva: la sanidad rural. Decía Dumas que «el matrimonio es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos, incluso tres». Y Tudanca es el tercero en discordia, el que termina con el aburrimiento. Porque el presidente de la Junta quiere forzar una negociación con los socialistas para evidenciar su falta de propuestas. No hay plan del PSOE, ni de nadie, que solucione a corto plazo escasez de profesionales y permita la atención presencial en todos los consultorios rurales de forma inmediata. Tudanca lo sabe, por eso va añadiendo condiciones para sentarse. Pero esto es política, señores, y quizá la provocación última sea terminar la legislatura con un socio tan desquiciado que desaparezca por sometimiento. «Casi siempre que un matrimonio se lleva bien es porque uno de los dos esposos manda y el otro obedece», sentenciaba Gregorio Marañón.
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