El insoportable maniqueísmo
Me gusta chequear a los hijos adolescentes de mis amistades
AER en el maniqueísmo que divide el mundo entre buenos buenísimos y malos malísimos supone incurrir no sólo en un simplismo atroz, sino apostar por el tedio que reduce nuestros reflejos. De una manera implacable reescriben la Historia a su antojo y luego la escupen en formato de digerible papilla para que la mocedad, anestesiada ya de por sí gracias a la magia barata de las pantallitas que les guían los apetitos, degluta el resultado sin rechistar. Ñam ñam. Qué buenooo. La categoría de la víctima depende de la ideología de su verdugo, con lo cual, con la ley de Memoria escamotean cientos de miles de víctimas exterminadas por el pensamiento de hoz y martillo que ahora tratan de vindicar amparados bajo el confort del capitalismo y su libre mercado.
Me gusta chequear a los hijos adolescentes de mis amistades. La prueba del algodón viene cuando les preguntó: «¿Sabes lo que era una checa?» Como no les suena a canción de reguetón o de trap, componen ojillos de pasmo y mueca de «¿pero este señor por qué pregunta memeces?» Si observo un gesto de mínimo interés, les explico el horror de la checas y entonces la faz de ese joven transmite incredulidad. Sospechan que miento pues nadie les había narrado aquellos episodios donde el tormento estallaba de una forma sistemática. Lo de las checas es quizá uno de los espisodios más repugnantes de nuestra Guerra Civil, pero aquellos crímenes ahora mismo caminan hacia el abismo de las ficciones. En Valencia incluso organizaron una checa de tintes artísticos para quebrar no sólo el cuerpo de los detenidos, sino la mente. Pintaban las celdas con espirales y otros motivos destinados a vapulear la voluntad de los presos. La tortura elevada a obra de arte gracias a la chaladura de un pirado que, a lo mejor, se había quedado atrapado por el expresionismo alemán y películas como ‘El gabinete del doctor Caligari’. Pero de este sádico refinamiento nadie hablará porque para la ley de Memoria no existe. Universo de buenos y malos. Qué asco.
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