ABC (Castilla y León)

El daño que has hecho

Me alegra tu fracaso pero la derecha y Dios creemos en la redención

- SOSTRES

IRENE Montero, eres una imbécil. No te irrite que te lo diga, más bien me lo tendrías que agradecer. Deja la política a un lado y entiende que si me juego una querella es porque quiero ayudarte. Todos somos unos imbéciles a veces y es cuando más daño provocamos.

Eres una imbécil porque te has dejado llevar por la propaganda y el resentimie­nto. Con tu ley no has querido ayudar a ninguna mujer sino buscar tu lucimiento dando a entender que Santi Abascal, la presidenta Ayuso o Feijóo sienten menos repugnanci­a que tú ante el abuso sexual; que la derecha queremos que haya más violadores o que estén menos tiempo en la cárcel; y que los hombres somos unos agresores en potencia. Tu ley te ha salido mal porque se basa en lo equivocado y en lo ruin, y has utilizado un sufrimient­o terrible para tus jueguecito­s de frívola irredenta. Por eso eres una imbécil y te lo digo para que te des cuenta, te duela, y no lo vuelvas a hacer.

Mira el ridículo que has hecho, lo desprotegi­das que por tu culpa algunas mujeres han quedado, la cancha que has regalado a tus adversario­s y la situación dificilísi­ma en que has puesto al Estado. No te ha pasado ni por ser mujer, ni por ser feminista ni por querer arreglar un problema. Te ha ocurrido porque te has pasado de lista, porque has sido muy poco inteligent­e, por tu inmadurez, y porque tus sentimient­os no cumplen los estándares de una conversaci­ón civilizada y son de un cinismo tan cruel y descarnado que al final el Mal ha encontrado su brecha para filtrarse.

A mí me convienes más de imbécil, Irene, porque detesto tu proyecto político y me alegro de lo mal que te ha ido. Pero hay una natural compasión en los creyentes –y en la derecha– que nos inclina a pensar que siempre es posible la redención incluso en casos tan extremos como el tuyo y el padre de tus niños. No te hace falta odiar. No te hace falta aprovechar­te groseramen­te del dolor ajeno. Prueba con el amor. Prueba con interesart­e por los problemas de los demás en lugar de usarlos como armas arrojadiza­s. Prueba de escuchar al que piensa distinto y no presuponga­s que es un miserable que no merece existir. Prueba con la libertad, confía en las personas en lugar de intentar planificar­las. Trata de entender cómo se crea riqueza y el bienestar. Haz un recuento, ni que sea aproximado, de los cadáveres que amontonaro­n los que antes que tú tuvieron tus mismas ideas y las aplicaron en toda su plenitud.

No me divierte llamarte imbécil. No me gusta que España tenga ministros imbéciles ni cuando me beneficia que lo sean porque así fracasan en lo funesto que pretenden. Tendrías que coincidir conmigo en este punto, ducharte por dentro y limpiarte esta rabia tan sucia y asegurarte por lo menos de que la próxima vez que tengas la desvergüen­za de exprimir el más hondo dolor de una víctima para hacerte el pecho desnudo de Marianne guiando a la República no sea al criminal precio de poner en libertad a su asesino.

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