Oposición de brazos caídos
El próximo 25 de noviembre se cumplen diez años de las elecciones autonómicas con las que, por así decirlo, Cataluña se tiró pendiente abajo. La «mayoría indestructible» que anhelaba Artur Mas devino en la pérdida de doce diputados y el inicio del secuestro de la política catalana por parte del independentismo. Lo que vino a continuación es sabido, y las consecuencias de todo ello aún las pagamos: como se dice por aquí, nos ha quedado ‘un país trinxat’, despedazado.
La marea ‘indepe’ lo cubrió todo, y lo primero que se llevaron por delante la antipolítica y el chapapote populista fueron los dos principales partidos que habían articulado la Cataluña autonómica hasta entonces. Convergència Democràtica comenzaba con el adelanto de 2012 el camino hacia la autodestrucción, hasta acabar convertida en la secta que hoy es Junts, un partido que renuncia a gobernar, en definitiva, a influir, secuestrado por los más fanáticos, incapaz de dar por cerrada la etapa del ‘president legítim’. La dificultad para explicar a sus electores por qué tienen que oponerse a una reforma de la sedición que es de hecho una amnistía de facto perfila como un cómic de ‘línea clara’ las hechuras del partido ‘zombie’ que es hoy Junts.
El otro partido al que el ‘procés’ le pasó por encima fue el PSC, incapaz de ofrecer una respuesta con cuajo al delirio secesionista. En la antología de la antipolítica aún resuenan las palabras de su líder entonces, Pere Navarro, cuando en su primera intervención parlamentaria en aquella legislatura que estrenaba el ‘procés’ proclamaba que a partir de entonces el PSC pasaba a convertirse en un partido mudo. Como forma de rechazo al recién estrenado pacto CiU-ERC, y ante el temor a que cualquier postura más definida implicase más tensiones internas, el PSC anunciaba que en adelante, y en todo lo relativo al ‘procés’, los socialistas se abstendrían. «Como usted –Mas– tiene ya el pacto hecho, el proceso decidido y el camino escrito, nuestro partido no pondrá palos en las ruedas, ninguno. Con nuestra abstención permitiremos que usted y su socio saquen adelante su pacto, no nos opondremos, nos abstendremos (...). Como ve, nosotros no les pondremos ningún problema». Oposición de brazos caídos. Política inane. No hace falta que me voten, aquí les presento a Ciudadanos.
Desde que en 1980, y en los años sucesivos, el PSC bajara la cabeza dejando el campo libre a Pujol para construir su hegemonía –la «dictadura blanca» de la que alertó Tarradellas– no se había visto tal muestra de entreguismo, una autocondena a la irrelevancia de la que los socialistas, y a duras penas, tardarían casi diez años en recuperarse.
Diez años después de aquello, lo que amenaza ahora la recuperación del PSC y su credibilidad como alternativa no es una nota de suicidio como la que escribió el partido en 2012, sino, de nuevo, la inapelable constatación de que la agenda e intereses del PSOE pasan por delante de la estrategia en Cataluña. Lo hizo Zapatero al acabar de pulir con Mas el Estatuto de 2006 y lo ha vuelto a hacer Sánchez con una reforma de la sedición que da aire a ERC y amenaza al PSC con llevarle, de nuevo, a la bancada de los partidos sin voz, como en 2012.
La reforma de la sedición da aire a ERC y amenaza al PSC con llevarle, de nuevo, a la bancada de los partidos sin voz, como en 2012