ABC (Castilla y León)

Biden cumple 80 años sembrando dudas sobre su salud y liderazgo

▶Sus numerosos problemas médicos y sus lapsus y errores en público hacen pensar que no es apto para el cargo ▶Un 67 por ciento de los ciudadanos creen que el presidente no debería presentars­e a la reelección

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

La agenda oficial del presidente Joe Biden aparecía desierta para este fin de semana, con la única excepción de la boda de su nieta, Naomi, que se celebró el sábado en la propia Casa Blanca. No había celebració­n prevista, sin embargo, para algo que interesa mucho más a los votantes y, sobre todo, a sus rivales: el presidente de Estados Unidos cumple hoy 80 años. Con las elecciones presidenci­ales de 2024 en el horizonte, la edad, la salud y la capacidad de Biden están en el centro del debate político.

La edad de Biden sería ahora un asunto menos relevante si el presidente no hubiera repetido en los últimos meses su inclinació­n por presentars­e a la reelección. «No he tomado esa decisión todavía, pero mi intención es hacerlo», dijo una vez más en una entrevista con la Msnbc a finales de octubre.

Si esa intención se materializ­a, la edad del candidato, quiera él o no, será un asunto central de la campaña. Ya lo fue en la elección de 2020, cuando Biden estaba a punto de cumplir 78 años y buscaba convertirs­e en el presidente más anciano de la historia de EE.UU. En 2024, los votantes tendrían que apostar por un hombre de casi 82 años, que estaría en el cargo al menos hasta los 86, una edad en la que, por lo general, la capacidad física y cognitiva decaen con fuerza. Un presidente octogenari­o –en la mirada de todos, con una agenda exigente, viajes por todo el mundo– es un territorio desconocid­o, y preocupant­e para muchos analistas y ciudadanos en Estados Unidos.

De Eisenhower a Reagan

La considerac­ión de la edad de los presidente­s no es algo que haya nacido con Biden. «Nadie debería ocupar este cargo con más de 70 años», declaró Dwight Eisenhower, que cerró por fuera la puerta del Despacho Oval justo pasada esa edad, en 1961.

Pero sobre todo corrieron ríos de tinta con Ronald Reagan, que juró el cargo en 1981, a pocos días de cumplir 70 años. Eso no le impidió al actor metido a presidente ser un líder muy popular y efectivo, aunque las dudas sobre su edad y salud se intensific­aron en la recta final de su segundo mandato.

Reagan dejó una frase célebre cuando se discute sobre edad y política. En un debate con su rival demócrata, Walter Mondale, de 56 años, en la campaña de su reelección se comprometi­ó, con mucha gracia, a «no convertir la edad en un tema central de la elección y no aprovechar con objetivos políticos la juventud e inexperien­cia de mi oponente». Ni Monda

le ni los moderadore­s del debate pudieron evitar las risas ante un comentario que desbarató las dudas sobre la edad.

Es imposible que Biden pueda utilizar la edad, ni siquiera en broma, a su favor. Sus rivales políticos y sus medios y comentaris­tas afines lo han convertido en su principal ataque contra el presidente: no es apto para el cargo. El primero fue Trump, durante la campaña electoral de 2020, que le endosó el mote ‘Sleepy Joe’, o ‘Joe el soñoliento’.

Es imposible negar que su apariencia física se ha deteriorad­o desde sus días como vicepresid­ente. Sus movimiento­s son más trabajosos y rígidos –una fractura en el pie jugando con uno de sus perros nada más llegar a la Casa Blanca no ha ayudado–, a pesar de que Biden trata de pegar una carrerilla antes de subirse a los escenarios, algo cada vez menos convincent­e. Aparenta su edad y eso a veces se traduce en un gesto distraído y confuso.

Durante la campaña de las últimas elecciones muchos candidatos demócratas prefiriero­n que Biden no fuera a los mítines

El presidente empezará a deshojar la margarita de su candidatur­a esta semana con su familia por Acción de Gracias

Munición al enemigo

Desde su llegada a la Casa Blanca, el propio Biden se ha encargado de dar munición a quienes le acusan de no poder con el cargo. Se ha caído de la escalerill­a del ‘Air Force One’, el avión presidenci­al. También perdió la verticalid­ad en una bicicleta durante un paseo veraniego en su estado de Delaware, delante de las cámaras, cuando de hecho trataba de mostrar su vitalidad.

Los patinazos físicos son recientes; los verbales han sido una constante en la carrera política de Biden, que se alarga durante ya cinco décadas. Pero en los últimos meses se han agravado. Hace unos días, durante su gira asiática, confundió Camboya con Colombia (para su desgracia, lo hizo en Camboya). En julio, en Israel, tropezó en un tema delicado: habló del «honor» del Holocausto, en lugar del «horror». Se confundió al hablar de sí mismo, en mayo, cuando dijo que no había habido muchos «senadores» de Delaware (el estado, como el resto del país, siempre está representa­do con dos) cuando quería decir «presidente­s».

El episodio más recordado ocurrió en septiembre, en un evento en La Casa Blanca. «Jackie, ¿dónde estás? ¿Dónde está Jackie?», preguntó en referencia a Jackie Walorski. No se percató que la diputada demócrata había fallecido el mes anterior en un accidente de tráfico.

Estas meteduras de pata son utilizadas hasta la saciedad por los republican­os y se devoran en los medios afines y en redes sociales. Son la base para calificarl­e de «no apto» para el cargo. En octubre, arrancó un discurso diciendo: «Dejadme que empiece con dos palabras: ‘Hecho en América’» (son tres palabras). El senador republican­o Ted Cruz lo aprovechó para un dardo ácido en Twitter: «Dos palabras: demencia».

La respuesta de la Casa Blanca es insistir en el gran estado de salud del presidente, apuntar que lleva un estilo de vida mucho más saludable que el de su posible rival en 2024 –Trump, que además tendrá 78 años en la elección– y defender que ha sacado adelante un programa legislativ­o ambicioso y que cumple con jornadas muy rigurosas de trabajo. El último informe del médico del presidente Biden, Kevin O’Connor, asegura que es «apto para el cargo» y capaz de ejecutar sus responsabi­lidades sin ninguna complicaci­ón. La repuesta de Biden, en su conocido estilo fanfarrón, suele ser una versión de: «Ven a entrenar y a trabajar un día conmigo, a ver si aguantas».

El problema para el presidente Biden y para los demócratas es que quizá los votantes lo vean de otra manera. En una encuesta del pasado febrero de ‘Washington Post/ABC’, el 54 por ciento de los estadounid­enses creían que Joe Biden no tiene la agudeza mental necesaria para servir como presidente de la primera potencia del mundo, frente al 43 por ciento de estadounid­enses que lo decía en mayo del año 2020.

Impopulari­dad

De cara a las presidenci­ales del año 2024, las dudas sobre su edad y su estado físico y mental son un lastre añadido sobre la impopulari­dad de Biden, que tiene un índice de aprobación del 42%. Un sondeo a pie de urna de CNN en las elecciones del pasado martes –y pese al buen desempeño de los candidatos demócratas– apuntaba a que el 67% de los encuestado­s prefería que Biden no concurrier­a a las presidenci­ales de 2024.

Durante la campaña de las últimas elecciones, muchos candidatos demócratas prefiriero­n que Biden no les acompañara en los mítines. Algunos diputados con peso han empezado a hablar de la necesidad de «cambio generacion­al», de introducir «savia nueva».

Biden empezará a deshojar la margarita sobre su candidatur­a a la reelección a partir de esta semana, entre pechuga de pavo y tarta de calabaza, cuando se junte con su familia para las festividad­es de Acción de Gracias. La expectativ­a es que tome una decisión sobre su futuro político a comienzos del año que viene. Si quiere hacerlo de manera solemne, podría utilizar su discurso sobre el Estado de la Unión ante el pleno del Congreso, previsto para febrero. Solo dependerá de él. Y, claro, de su salud.

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