ABC (Castilla y León)

«Nos salvan la vida pero nos dejan desamparad­os»

- BARCELONA

E. ARMORA

Ángel Soriano vivía para el deporte. Era profesor de Educación Física en un instituto, aficionado a las artes marciales, llevaba una vida sana, y no bebía ni fumaba. Nada hacía prever que un día de comienzos de abril de 2021 un ictus le cambiaría la vida. Tenía 59 años. Primero fue un episodio isquémico, que se resuelve con un cateterism­o, aunque durante la intervenci­ón, su aún fuerte corazón bombeó con ímpetu y le causó un sangrado en el cerebro. Su pronóstico se agravó con un segundo ictus hemorrágic­o, que requiere una complicada operación en

el cerebro. Veinticuat­ro horas después del primer diagnóstic­o entraba en quirófano con pronóstico reservado.

El ictus le afectó al habla y dejó paralizado el lado izquierdo de su cuerpo. Los médicos auguraban pocos progresos, pero su gran fuerza de voluntad y el apoyo incondicio­nal de su mujer, María Serrano, obraron el milagro. Hoy, Ángel anda, come por sí mismo, aunque le han quedado secuelas físicas y cognitivas, por lo que necesita de la ayuda de su esposa para sobrelleva­r el día a día. María aún hoy se pregunta por qué le tocó a su marido. «En el instituto donde daba clases había mucho estrés por la pandemia, es lo único que se me ocurre que pudo influir», dice.

Las secuelas que sufre Ángel le han reportado un grado dos de dependenci­a y un 76 por ciento de discapacid­ad, por lo que necesita del cuidado diario de su mujer. María se siente satisfecha con la atención médica que recibió su marido y que le rescató de la muerte pero se queja de la «soledad» en la que está viviendo este duro proceso de recuperaci­ón de sus vidas. «Una vez se cierra el protocolo de actuación clínica te sientes desamparad­o y abandonado, solo hemos encontrado apoyo en algunas asociacion­es de pacientes», dice María. La Asociación Superar el Ictus Barcelona (ASIB) ha sido su gran apoyo en estos duros meses. Gracias al apoyo de esta asociación, Ángel acude a un centro de día y él y su mujer reciben apoyo psicológic­o.

«A mi marido le asistieron y operaron en el Hospital de Sant Pau. Los médicos aún no se creen su recuperaci­ón. Les ha roto todos sus esquemas», señala satisfecha. Su esposo, pese a las secuelas físicas y psíquicas, ha recuperado la ilusión y a finales de mes viajarán con el Imserso a Málaga. «Estamos muy ilusionado­s», señala María.

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