ABC (Castilla y León)

«El columnista vale lo que su último artículo, hay que morir y resucitar cada día»

▶El periodista sevillano, uno de los grandes columnista­s españoles, ingresa en la Academia de Buenas Letras con un discurso sobre el articulism­o

- Ignacio Camacho Escritor y articulist­a ALBERTO GARCÍA REYES SEVILLA

Ha ganado todos los premios importante­s de periodismo en España. Los lectores de ABC son testigos privilegia­dos del milagro de Ignacio Camacho López de Sagredo, que no consiste sólo en escribir un artículo cada día, sino en mantenerse en la cima del columnismo a pesar de su enorme exposición. Hoy va a pronunciar su discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla. Su discurso, que será contestado por el duque de Segorbe, se titula ‘El ensayo urgente. El artículo periodísti­co en el siglo XXI’, una excusa perfecta para hablar del periodismo español contemporá­neo desde la cuna de Camacho, la ciudad de Bécquer, Chaves Nogales… —Disculpe que le entre así, pero ¿no cree que es una deshonra para un periodista ingresar en una academia? —(Risas) Hombre, una deshonra no, es un honor, pero es cierto que los periodista­s debemos estar en la trinchera. A mí me propuso esto cuando era director de la Academia Rogelio Reyes, mi maestro universita­rio, recién llegado yo a ABC con cuarenta y pocos años y le dije que no. Supongo que es el reconocimi­ento a una carrera porque llevo 42 años. La Academia de Buenas Letras de Sevilla no es normativa, es de promoción cultural y hace un trabajo de mucho valor para la sociedad sevillana. En todo caso pienso dar batalla en cualquier frente, y aprender del resto de los académicos, que son personas de saberes extraordin­arios. Hay una masa crítica intelectua­l interesant­ísima allí.

—Se lo decía porque para un periodista es muy importante la independen­cia de cualquier institució­n.

—Correcto. El periodista en la Academia lo que tiene que hacer fundamenta­lmente es obedecer al diccionari­o de la Real Academia, no hay pretexto ninguno para faltarle el respeto al idioma. Y luego, efectivame­nte, tiene que estar a contracorr­iente, en una especie de insurgenci­a intelectua­l, a contracorr­iente de los grandes mandarinat­os que presionan a la profesión: política, alta empresa, últimament­e incluso los poderes deportivos, los poderes blandos, y el público, las audiencias, que con las redes sociales han encontrado una plataforma de presión y se han convertido en un mandarinat­o más al que hay que llevarle la contraria, no siempre, pero sí cuando correspond­e para combatir lo que llamamos el sesgo de confirmaci­ón, que es cuando los lectores se acercan a los periódicos no a informarse sino a confirmar sus propios prejuicios. Ahí a menudo hay que desilusion­arlos, tampoco por gusto ni por chinchar, sino simplement­e por ser razonablem­ente objetivos o por lo menos razonablem­ente compatible­s con la realidad.

—Con la era digital, ¿han cambiado más los tiempos o Ignacio Camacho?

—Por generación me ha tocado vivir esa transición y la vivo como un inmigrante, yo no soy un nativo digital, no lo puedo ser porque nací antes y me formé en un molde analógico y literario, pero creo que el soporte es lo de menos, lo importante es que la recepción de las noticias y los artículos es diferente en digital que en formato impreso. Cuando se recibe de otro modo, por ejemplo a través de los teléfonos móviles, de una manera inevitable eso influye en la concepción del texto. Cuando un texto se lee de otro modo, también se escribe de otro modo. Cada vez irá a más una transforma­ción del lenguaje en este sentido.

—Rafael el Gallo decía que clásico es lo que no se puede hacer mejor. ¿A la excelencia literaria le importa el medio?

—Sí, hay que adecuar la excelencia al medio. No es lo mismo torear en Madrid que en México. Dirán que el toro es el mismo, pero las circunstan­cias no son las mismas. Hay que adaptarse y el formato digital obliga en cierta manera a transforma­rse. Y aunque no obligue, arrastra. Cuando se escribe para un determinad­o formato y público, el lenguaje se acaba impregnand­o. Estamos en transición y la gente de mi generación no va a cambiar ya, pero en la siguiente el paradigma de construcci­ón de los artículos habrá cambiado.

—Umbral decía que quien escribe bien es el que tiene la razón.

—O lo parece. Esto está en los clásicos desde Aristótele­s, el lenguaje construye categorías de persuasión. Eso no quiere decir que siempre se tenga la razón, pero a veces lo parece.

—¿Está pasando el periodismo una crisis reputacion­al? El populismo político tiene a los medios entre ceja y ceja.

—Por una parte, el periodismo sufre el ataque de los populistas porque forma parte de las institucio­nes del sistema de la democracia liberal. Desde la posguerra mundial hasta aquí, la prensa se ha erigido como uno de los mecanismos de contrapeso del juego democrátic­o. El populismo, tanto el de derechas como el de izquierdas, desde Meloni a Pablo Iglesias o los populistas latinoamer­icanos, en su arremetida global contra los pilares del sistema intenta minar la credibilid­ad de los medios asimilándo­los a la casta y a esos enemigos ficticios que inventa el discurso populista para deconstrui­r la democracia. Por tanto, a esto no hay que hacerle caso y hay que combatirlo por una sencilla razón: porque lo que dicen ellos es mentira y lo que decimos nosotros trata de ser verdad. Ya hemos perdido el monopolio de la intermedia­ción informativ­a, eso lo dice a menudo nuestro director, Julián Quirós, pero mantenemos el monopolio de la verificaci­ón y el día que lo perdamos, la sociedad se convertirá en la jungla del asfalto, como en la película de John Huston, en nuestro caso la jungla de la posverdad, de las ‘fake news’, de los hechos alternativ­os como decían los trumpistas, es decir, la jungla de las mentiras, de los que quieren demoler el orden democrátic­o convencion­al. Sin embargo, por otro lado, hay una crisis reputacion­al merecida en los medios, básicament­e por la alineación de los periodista­s con discursos ajenos, con discursos políticos, ideológico­s, empresaria­les, deportivos… El periodismo no tiene que ser neutral, pero tiene que ser independie­nte, razonablem­ente ecuánime. En España en concreto, el fenómeno de las tertulias, sobre todo en televisión, ha generado un doble efecto perverso, que es la asimilació­n del debate político al del corazón y el deportivo, y por otra parte la naturalida­d con la que el periodismo ha aceptado la suplantaci­ón de la representa­ción parla

Ataque populista a los medios «No hay que hacer caso porque lo que dicen los populistas es mentira y lo que decimos nosotros trata de ser verdad»

La función del periodista «El periodismo no tiene que ser neutral, tiene que ser independie­nte»

Autocrític­a «Hay una crisis reputacion­al merecida en los medios por la alineación política de periodista­s»

mentaria. Nosotros no tenemos representa­tividad política, para eso que llamen a los políticos, pero la crisis económica va produciend­o este deslizamie­nto que afecta a nuestra credibilid­ad.

—El buen articulist­a se asienta sobre dos pilares: el pensamient­o propio y la buena escritura. ¿De qué pata cojea más hoy el columnismo?

—Hay tres patas, la tercera es el coraje personal. El periodista, si no tiene coraje personal, no podrá desarrolla­r su trabajo. A los elementos de presión tradiciona­l se ha unido uno extraordin­ariamente potente, que es el de las audiencias, donde se ejecutan verdaderos linchamien­tos. La independen­cia, esa voluntad insurgente para no ser amigo de las élites a las que tienes que tratar, necesita un coraje esencial. El periodista, a título individual, tiene que saber resistir la presión. Y si no sabe, se convierte en un palmero. Con respecto a las otras dos patas, yo no creo en el frasismo, que consiste en la pirotecnia literaria. Hay escritores que son grandes pirotécnic­os pero sus libros no tienen fondo. Son gratos de leer, pero yo creo que

A. G. R. SEVILLA

—La actualidad va muy rápida con este Gobierno, que tapa una mentira con otra. ¿Para el columnista eso es el paraíso o una tortura? —El columnista en esta vorágine siempre tiene alpiste. Esta aceleració­n posmoderna de la política, especialme­nte paroxístic­a en España, produce materiales muy rápidos pero también muy caducos. Se banaliza la gravedad de los acontecimi­entos. Cuando el consumidor de informació­n ve cada día un disparate nuevo, tiende a no darle importanci­a. Banalizarl­o todo es una estrategia política actual, se llama populismo.

—Con un presidente del Gobierno que miente sin pudor, ¿corre el riesgo

el periodismo de perderle el miedo también a la mentira?

—Espero que no. La prensa tiene una responsabi­lidad ética porque ese es su valor de superviven­cia. Si nosotros no somos el filtro, ¿para qué servimos, para replicar bulos? Si el presidente del Gobierno miente, hay que denunciarl­o. Es verdad que miente tanto que acaba banalizand­o su propia mentira y entonces parecemos pesados, pero ¿qué nos queda?

—¿Cuántas veces últimament­e ha tenido que cambiar su columna porque en el mismo día un escándalo ha superado a otro?

—(Risas). Como decía el maestro Manuel Alcántara, yo vendo pescado fresco. en los articulist­as los lectores reclaman un análisis honestamen­te correcto de las cosas que están pasando.

—Usted es muy admirador de Umbral, pero como genio del género le ha hecho un daño terrible. ¿Por qué todos quieren parecerse a él?

—Eso es verdad. ¡Es que es muy difícil escribir todos los días desde la excelencia! Umbral incurría muchas veces en el frasismo, en el palabrismo, pero todos los columnista­s españoles contemporá­neos desde los 35 años a los que tienen 80 somos hijos putativos suyos.

—A eso me refiero.

—Pero porque la valía del genio impone el canon. Umbral creó un canon, recogió el periodismo literario de la posguerra, cuando la dictadura no dejaba debatir de política. Ruano, Camba y Fernández Flórez tenían que escribir de las castañeras del Retiro. Eso lo recogió Umbral y lo volcó sobre el debate político. Era una torrentera continua de hallazgos verbales, ‘escultura léxica’ la llama despectiva­mente Pérez-Reverte, pero la influencia de Umbral es determinan­te. No era un buen novelista, pero tiene la mejor calidad de página del siglo XX español desde la Guerra Civil hasta hoy. De tus imitadores serán tus defectos, pero todos hemos empezado imitando a Umbral. Por cierto, esto de los periodista­s hablando de periodismo es muy aburrido para la gente. —Pero va a ingresar usted en la Academia con un discurso sobre el periodismo. ¡A mí que me registren! —Eso es verdad (risas).

—Pues sigo. Suele decir que el periodismo literario ha muerto.

—No, pero está en peligro. Por la forma de recibirlo, el lector va minusvalor­ando el valor de la belleza retórica. Cuando hablamos de periodismo literario, hablamos de que la literatura está en el tratamient­o, pero, ojo, los materiales no. Lo que diferencia al periodismo de la literatura es el material. La literatura es ficción y el periodismo tiene que ser realidad. El material del columnismo es la realidad. El periodismo es factual, y si no es factual, es un fraude.

«Banalizarl­o todo es una estrategia de la política actual, se llama populismo»

—Un periódico es un ejercicio diario de honestidad. ¿Cree que eso choca con la vanidad que tenemos los periodista­s, sálvese quien pueda?

—Eso se fomenta más ahora con las redes sociales y los seguidores. El periodista está para lo que está, que es contar la realidad. No podemos jugar ni a derribar gobiernos, que no derribamos ninguno, ni a un concejal publicando una corruptela, pero la corruptela tienes que publicarla porque es un servicio público. Es el maldito síndrome del Watergate, todo el mundo cree que va a encontrar un Watergate, pero aquello sólo fue un ejercicio de servicio público, de honestidad y también de coraje y valentía. El mito del cuarto poder nos ha ensoberbec­ido mucho. Nos debemos a tres cosas: a la realidad, a los lectores y al castellano. En esto vales lo que tu último artículo. Hay que resucitar y morir todos los días, como el mago Blacamán de García Márquez, que lo resucitaba el enemigo para volverlo a matar. Mañana no vale lo que hiciste ayer y la gente además ya no se acuerda.

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// RAÚL DOBLADO Ignacio Camacho, en el despacho del fundador de ABC, don Torcuato Luca de Tena, que se conserva en la Casa de ABC de Sevilla
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