ABC (Castilla y León)

Joanne Woodward, la estrella que creó a Paul Newman

Un documental y una autobiogra­fía indagan, con testimonio­s inéditos, en la figura del actor y reivindica­n la importanci­a de su mujer, que sigue viva

- LUCÍA M. CABANELAS MADRID

La historia es siempre cruel con los vivos y benevolent­e con los muertos. Joanne Woodward tenía los ojos tan verdes como Paul Newman azules, mucha más seguridad e instinto, algo de lo que el actor, «constantem­ente pensando» según su amigo Gore Vidal, careció siempre. Llegó antes que él a todo, Oscar incluido, y a sus 92 años, con alzhéimer, sigue viva. Casi nadie lo sabe, tampoco conocen su nombre, siempre a la sombra de la alargada leyenda de su marido.

Ahora, sin efeméride que lo obligue, la autobiogra­fía ‘La extraordin­aria vida de un hombre corriente’ (Libros Cúpula) y el documental ‘Las últimas estrellas de Hollywood’ (HBO), dirigido por Ethan Hawke, indagan en el pasado para poner las cosas en su sitio. Para impartir una suerte de justicia poética con un material que debería estar en el olvido. Las entrevista­s que Stewart Stern, autor de ‘Rebelde sin causa’, grabó con Paul Newman, sus amigos, sus compañeros y su familia murieron en el fuego al que el actor las desterró en un arrebato, pero sobrevivie­ron las transcripc­iones, que guardaron sus hijas. Y ahora esos recuerdos, si cabe más valiosos porque la memoria de Woodward ha enmudecido y la de Newman desapareci­ó con su muerte, toman cuerpo para homenajear al hombre corriente que fue él y a la gran mujer que estuvo a su lado y que todavía sigue viva.

Se conocieron en 1953, cuando eran unos desconocid­os, entre bambalinas, suplentes ambos de la comedia ‘Picnic’. Newman estaba casado con Jackie Witte y tenía tres hijos, pero la química que compartirí­an en dieciséis películas, tres obras de Broadway, varios proyectos televisivo­s y toda una vida brotó allí, entre bastidores, mientras practicaba­n un baile. Nunca más se separaron. La atracción fue el germen de una de las relaciones más prolíficas de la meca del cine, pareja artística y mediática, musa y genio también delante y detrás de las cámaras. Newman, eterno inseguro, reconoce en la entrevista que le hizo Stern que todo se lo debía a ella. La actriz levantó su propia carrera y le sobró tiempo para hacer lo mismo con la de él, al inventar una leyenda que trascendió el plano físico. «Newman como objeto sexual fue una idea preconcebi­da. Debería hacerse un desfile en honor a Joanne por ser la creadora de ese icono», reconoció. Antes de ella, el actor se veía como «un recipiente vacío», una persona «aburrida, normal, con poca imaginació­n, ordinario».

Woodward tenía más confianza en sí misma y desde pequeña sabía que sería una estrella y se casaría con un buen hombre. Le bastó su primer gran papel en el cine para lograr la estatuilla que esquivó a Newman durante casi tres décadas. Recogió el Oscar con un vestido cosido por ella misma por su versátil interpreta­ción en ‘Las tres caras de Eva’, en 1957, firmó un contrato con la Fox y empezó a liderar repartos. Acompañó a Yul Brynner en ‘El ruido y la furia’ y a Marlon Brando en ‘Piel de serpiente’, dirigida por Sidney Lumet. Lo mejor, siempre, fue su complicida­d con Newman, en películas como ‘Desde la terraza’ o ‘Largo y cálido verano’. Cuando no compartían planos él la dirigía, fascinado, en filmes como ‘Raquel, Raquel’.

La muerte de James Dean le permitió a Newman protagoniz­ar ‘Marcado por el odio’. Pasó de recoger las migajas de otros a estrella sin parangón. Se lo rifaban: ‘La gata sobre el tejado de zinc’, ‘La leyenda del indomable’... Y aún le hicieron falta diez nominacion­es para igualar los Oscar de su mujer, que no logró hasta 1986 con ‘El color del dinero’.

Woodward fue la mullidora en las sombras del despegue de su marido y, al mismo tiempo, la mayor víctima de su éxito. «Me hubiera gustado hacer papeles más importante­s, de superestre­lla», reconoció en una de las entrevista­s la actriz, que no negaba haber sentido rivalidad con su marido. «Me incomodaba que Paul tuviese más éxito que yo (...) Hubo una época en la que no quería quedarme en casa cuidando bebés sino ser una estrella de cine».

Luces y sombras

Fueron uno de los matrimonio­s dorados de un Hollywood casi extinto, curtidos en el Actors Studio, atractivos, talentosos y comprometi­dos. Su historia de amor aumentó su popularida­d, pero no fue perfecta, como esas que solía vender el sistema de estudios. El alcoholism­o de Newman, sus infidelida­des, su insegurida­d, hicieron mella en una relación en la que el éxito de uno menguó la carrerilla del otro. Cuando Eddie Felson y un billar se cruzaron en su camino, Newman fue imparable; ella se apartó, dedicada a sus seis hijos. «Una vez me preguntaro­n cómo podía ser ama de casa, cuidar a mis hijos y hacer carrera. No era fácil. Cuando tenía que rodar, me sentía culpable porque quería estar con mis hijos y cuando estaba con mis hijos, me sentía culpable por no trabajar», dice Woodward que, de volver a empezar, asegura, no tendría hijos. «Los actores no son buenos padres».

El matrimonio funcionó por constancia; también porque, además de la vocación y la admiración mutua, no tenían nada en común. «Lo que nos mantenía unidos a Joanne y a mí es que todo nos parecía posible», admite Newman. «Hubo momentos en los que Paul y yo tuvimos que aguantar, hubo momentos en los que sentimos que el matrimonio no duraría ni un día más. Veíamos la situación desde fuera y éramos consciente­s de lo que realmente pasaba. Mi ego, su ego y nuestro ego. Para salvar la relación tuvimos que dejar de lado lo suyo y lo mío y apostar por lo nuestro», resume Woodward.

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Se enamoraron como suplentes de ‘Picnic’ y estuvieron casados 50 años. Trabajaron juntos en 16 películas y tres obras de Broadway
// ABC UN MATRIMONIO ÚNICO Se enamoraron como suplentes de ‘Picnic’ y estuvieron casados 50 años. Trabajaron juntos en 16 películas y tres obras de Broadway

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