La familia de Jaén que ha acogido a 30 menores en casa se jubila
Rafael, ya jubilado, y Mari Lola, que abandonó su trabajo para cuidar a niños de acogida, llevan más de veinte años compartiendo su casa con pequeños que no tienen una familia que les pueda cuidar
Rafael y Mari Lola componen un matrimonio atípico. Él, recién jubilado, y ella, que dejó su trabajo de modista hace más de una década, viven en una bonita casa en el casco antiguo de Martos (Jaén). En ella viven su hija Laura, Raquel, una joven en acogimiento permanente, Bachir, un saharaui de 25 años que tutelan con permiso de sus padres, y Moha y Abdel, nombres ficticios de dos hermanos que se encuentran en acogimiento temporal.
Ellos dos son los últimos de una lista de 30 menores que han encontrado en esta casa el hogar que no les ofrecían su padres biológicos. En el año 2001 decidieron ofrecerse como familia de acogida y, desde entonces, su vida ha tenido momentos complicados, pero sobre todo felices. «Nosotros ya teníamos dos hijos, nuestra vocación no era tener niños, sino ayudar», explica Mari Lola Espinosa, a la que todos en casa, hijos biológicos y de acogida, llaman mamá.
«Mi marido y yo hablamos acerca de esta fórmula y nos convenció a los dos. Pero Jaén fue la última provincia andaluza a la que llegó el acogimiento familiar, así que la Administración nos ofreció una adopción». Finalmente, esta quedó en el aire cuando a finales de 2001 comenzaron con las primeras visitas para su primer acogimiento. Aquella niña de 13 años comenzó a convivir con su familia en 2002, hace 20 años. Cuando llegó descubrieron que Raquel tenía una pequeña discapacidad intelectual agravada por el paso por centros, los continuos cambios y la falta de atención. La integración en la familia fue complicada, pero a día de hoy, con 34 años, sigue viviendo en su hogar. «Hoy trabaja con contrato indefinido, está montando el piso que se ha comprado y podrá ser totalmente autónoma en breve», dice Mari Lola.
Historias que pueblan 20 años de vocación de ayuda y que han tenido momentos de la máxima complejidad. «En una ocasión, nos juntamos en casa con cinco niños, dos de ellos bebés de menos de seis meses, Julieta (nombre ficticio), que vino de la UCI con dos meses y sufriendo síndrome de abstinencia, y Julián (también ficticio), que había estado ingresado varias semanas para tratarlo de sífilis», recuerda Espinosa.
Todo eso en una casa ajena a los lujos. «Yo soy un currante, he trabajado en Valeo, en Coca-Cola, cargando muebles, en una tapicería... Me levantaba a las seis de la mañana para ir a trabajar y echaba muchas horas para que no faltara nada. A veces, con un bebé al lado de la cama cuando ya tienes cierta edad se pasa regular», relata Rafael.
En su vocación de dar lo mejor a los niños de acogida, hace unos años vendieron el piso que tenían en el centro para trasladarse a una casa con patio y piscina. Terminarán de pagar la hipoteca con 75 años. «Yo quiero hablar del acogimiento en positivo. Hay que aprender a convivir con los duelos, porque los niños igual que llegan, se van, pero se hace tanto bien que se supera», afirma Mari Lola. «Nosotros somos puentes. Debemos llevarlos desde un punto de partida, a veces durísimo, hasta su desarrollo».
«Además, hay dos cuestiones fundamentales. La primera es que el acogimiento tiene que ser consensuado con toda la familia. Además, las ayudas que ofrece la Administración cubren solo la manutención y no siempre son puntuales en los pagos», resume esta madre. Ellos pueden recibir una llamada en cualquier momento, por lo que en su casa la ropita, el carro y la cuna siempre están listos. Ahora, eso sí, viven la recta final: «Ya más que padres, somos abuelos, necesitamos un relevo».
De urgencia Les pueden llamar en cualquier momento, por eso siempre tienen la ropa, el carrito y la cuna preparados