ABC (Castilla y León)

Fernán Gómez, el feo más guapo

- LADRÓN DE FUEGO ÁNGEL ANTONIO HERRERA

La muerte de Fernando Fernán Gómez, hace hoy quince años, tuvo algo de tragedia nacional, sólo que nadie lo dijo. No estábamos para derrochar genios, ni lo estamos. Fernán Gómez no dejó huérfanos del talento impar, de la obra arborescen­te, del compromiso vocacional. Ya no hay en él películas o libros pendientes, pero a nosotros sí nos quedan pendientes todos sus libros o películas, pero lo que se dice todos, porque ha sido un hombre que todo lo tocó con mano maestra, desde el guión al poema, desde el whisky a la tertulia. Va por ahí un libro titulado ‘El tiempo amarillo’, que es el inventario de su memoria, y un modo de regresar al genio. No esperen chisme fácil o de morbo, en estas páginas, aunque sí habla de sus amores, María Dolores Pradera, o Emma Cohen, pero sin moverse de la elegancia. Tampoco presume de romances, aunque ejerció la religión de la mujer. Tenía la amargura de los gigantes y amaba la vida libertaria, la vida transhuman­te del cómico, que come de su alma y ajetrea criadas. En su capilla ardiente, en el Teatro Nacional, donde triunfó varias veces con ‘Las bicicletas son para el verano’, le adornaron con la bandera anarquista y la medalla de la Real Academia Española, dos signos, la libertad y la palabra, que encierran bien a Fernán Gómez, a quien no hay cosa que lo encierre. Le crispaba el coro de visones que a veces acarrea el teatro, tan de señoras bien y desocupada­s, y por eso se acorazó en la soledad del escritor. Como actor no hizo una película decepciona­nte, y eso que hizo varias películas tirando a malas. En la tele, con Hermida, le recuerdo alguna temporada de contertuli­o anarquistó­n, y no terciaba nunca, porque lo suyo era un mitin heterodoxo e incendiari­o que a menudo llevaba escrito en cuartilla, como los poetas o los pregoneros de plaza pública. Intervenía el último, con orgullo de rapsoda, y quedaba el primero. Amaba el tango ‘Caminito’, gastaba voz de capitanía, y remata un género de creador incalculab­le que empieza y acaba con él mismo. El día en que se fue se pusieron de luto las putas y los poetas, los mendigos y los ministros. No me parece exagerado reivindica­rle hoy un podio entre Mastroiann­i y Cary Grant. A Fernando, sí, el más guapo de todos los feos y un bohemio que se pulía millones en convidar a los tiesos.

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