«Sin el bar ni sabríamos los vecinos que siguen vivos o están muertos»
Los municipios con un solo establecimiento los respaldan como clave de su supervivencia
«Si me pongo a echar cuentas pierdo dinero, pero al final dices: ¿si no qué va a hacer la gente?». La que habla es Sole Bruña, que lleva desde niña detrás de la barra del que es el único bar de Porto, el pueblo más alejado de la provincia de Zamora, al que únicamente se puede llegar por carretera pasando antes por Galicia.
Más que un establecimiento hostelero, el bar Rabel se convierte en invierno en el único centro de reunión, con una labor social heredada de los encuentros que en otros tiempos se celebraban cada noche en casa de un vecino para compartir un rato de ocio. Sole Bruña reconoce que en invierno son «cuatro gatos», por lo que si no hubiese bar «ni se sabría si los vecinos siguen vivos o muertos». Si no estuviera este local no tendrían dónde sociabilizar o echar una partida de cartas. En estas fechas se mantiene incluso la calidez hogareña, ya que Sole tiene una estufa con un compartimento para asar en el que ponen las castañas al fuego mientras se sientan a charlar.
«Como si fuéramos todos de casa», reconoce la propietaria, que admite que en un pueblo como el suyo «el bar debería estar subvencionado». También lo piensa el alcalde, Francisco Blanco, que reconoce que en Porto en invierno apenas quedan un centenar de vecinos y el 80 por ciento son mayores de 75 años, por lo que «más que mantenerlo el pueblo, el bar lo que hace es mantener él al pueblo», de ahí que no se le cobren impuestos locales.
«Ni nos veíamos»
También en Villaco (Valladolid) han conseguido mantener a flote el suyo. Un negocio que en 1991 tuvo que asumir el Ayuntamiento como propio para evitar su cierre total. Desde entonces, ha pasado por varias manos. Las últimas, las de Tihomir Marinov y su esposa, un matrimonio búlgaro que lleva dos décadas en España y cuyo negocio en la capital fracasó por la pandemia.
En Villaco, con 72 habitantes censados que no llegan a 40 residentes en el invierno, han encontrado una nueva oportunidad y «están contentos». «Llevamos aquí un año y estamos bien», indica, y, aunque en un pueblo pequeño hay «menos clientela» y cuesta más cuadrar las cuentas, están
intentando adaptarse al mundo rural.
«Intentamos llegar a más gente, atraer a vecinos de otros pueblos», explica. Y lo hacen ofreciendo comidas, raciones y otros servicios que hasta ahora sí están dando resultado. «No pagamos alquiler por el bar», indica Tiso –como le conocen los vecinos– y el Ayuntamiento les ayuda también con la vivienda. Una fórmula que utilizan en muchos pequeños municipios para poder salvar su bar y, a la vez, mantener el pulso de su vida social pese a ser pocos.
«Durante la pandemia, ni siquiera nos veíamos. Si te cruzabas con alguien, bien, pero si no, nada», explica el alcalde, Jesús Rey. Y es que en ese tiempo el establecimiento tuvo que permanecer cerrado. Éste es el «punto de reunión, de encuentro», señala. «Aquí nos vemos todos. Unos vienen a tomar el café, otros a almorzar... Nos permite estar en contacto, saber cómo está la gente», explica el regidor que tiene una idea muy clara: «Si no hay bar, no hay pueblo». «En estos municipios pequeños es la única forma de que podamos vernos y reunirnos», concluye.
Reabiertos
Han sido varios los municipios que en los últimos meses han publicado ofertas y han hecho llamamientos para poder levantar la persiana de sus cafeterías. Gormaz (Soria), Abia de las Torres (Palencia), Herreros de Suso (Ávila), Tolibia de Arriba (León) y Herrín de Campos (Valladolid) han visto recientemente como sus bares volvían a la vida ofreciendo, en la mayoría de los casos, unas condiciones favorables para unos camareros que, quizá sin saberlo, mantienen vivos unos pueblos que sin ellos se ven ‘heridos’ de muerte.
«Si no hay bar, no hay pueblo. Es la forma de que estemos en contacto», explica el alcalde de Villaco