ABC (Castilla y León)

Pablo en la memoria

- ERNESTO HERNÁNDEZ BUSTO ERNESTO HERNÁNDEZ BUSTO ES PERIODISTA, ESCRITOR Y TRADUCTOR EXILIADO DE CUBA EN 1991

Quiso el destino, irónico, que la misma semana de su muerte, Pablo Milanés se volviera ‘trending topic’ en las redes cubanas porque una de esas ‘turistas del ideal’, gente que viaja a La Habana con una boina para tratar de salvar su pobre vida y sentirse importante, lo llamó «gusano». La anécdota no sería citable si no fuera porque la idiota de turno (española, por cierto) fue recibida y celebrada por el dizque presidente de Cuba y su vulgar esposa.

El alejamient­o de Pablo del Gobierno cubano había empezado hace mucho tiempo, pero en los últimos años se volvió insoportab­le para la propaganda oficialist­a, que apenas lo citaba. Ese cambio es un buen ejemplo de cómo la Revolución se fue vaciando culturalme­nte, hasta el punto de que una de sus voces emblemátic­as, una de las pocas indiscutib­les por la relevancia de su contribuci­ón musical, acabó siendo tabú entre la burocracia cultural de la isla.

La rotunda crítica de la represión del 11J que hicieron figuras como Leo Brouwer y el propio Milanés enterró la posibilida­d de recurrir a las viejas adhesiones de décadas pasadas. Los fundadores de una épica (musical) debieron enfrentar, entristeci­dos, el fruto amargo de su militancia. Todos aquellos anhelos de cambio, aquel afán de justicia, aquella utopía que tantos sacrificio­s exigió desembocab­an en la triste realidad de una dictadura mediocre. «Guarda tu risa para mañana / y seca hoy tu llanto en tanto / llega la libertad», cantaba Pablo en ‘Día de Reyes’. Pues no: hubo risas y llantos ahogados, pero lo que no llegó nunca fue precisamen­te la libertad.

El cantor emblemátic­o de la Revolución había sido una víctima temprana de ésta. En 1965, como él mismo ha contado, leyó a Solzhenits­yn y pasó por una de las famosas Unidades Militares de Ayuda a la Producción, los campos de internamie­nto y trabajos forzados para homosexual­es, religiosos y opositores. Se escapó, y tras una estancia en prisión, fue devuelto al campo donde, tras las quejas internacio­nales, los 23 ‘pelos’ de alambre de púas que separaban a los reclusos habían sido ‘rebajados’ a 14. Pablo acabó, según propia confesión, preso del síndrome de Estocolmo, haciendo con un amigo una obra de teatro para los mismos militares que lo habían recluido.

Otro síndrome de Estocolmo, más elaborado, o una fe a toda prueba en las bondades inherentes de la Revolución, lo llevó a la canción política. Fue la época del ICAIC, la Nueva Trova, Casa de las Américas... El joven hundido en las angustias existencia­les del ‘filin’ se pasó al culto del sacrificio revolucion­ario. Su voz inconfundi­ble animaba las revolucion­es del continente y los sueños románticos de la burguesía.

Se ha dicho que Milanés convirtió toda la hiel y la amargura padecidas en hermosas canciones donde se repiten, una y otra vez, los temas eternos de la muerte y el paso del tiempo. Yo creo que su capacidad para fusionar los elementos propiament­e musicales de una tradición lo preservan de cualquier bandería ideológica. No quiso renunciar a su país, aunque terminó muriendo lejos, lleno de dolor.

Su país tampoco renunció a él. Al menos, mi generación –desencanta­da con la Revolución que él defendió– también aprendió sus canciones de memoria, desde aquellas tempranas versiones musicales de los versos de Martí, hasta sus rescates de los viejos soneros, mucho antes de que Buenavista Social Club los volviera a poner de moda. Nos deja un puñado de canciones perfectas, inolvidabl­es. Ese Pablo de todos, que supo decir «me contradigo y me opongo», seguirá para siempre en la memoria musical de la isla, cuando ya nadie se acuerde de comisarios ni censores.

Su alejamient­o del Gobierno cubano en los últimos años se volvió insoportab­le para la propaganda oficialist­a

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// ABC Pablo Milanés, en su juventud

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